Capítulo 33

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M: Jason Walker - Cry.





Se había quedado muda. En el mismo sitio de antes, Ana permaneció replegada contra el respaldo del sofá, con la vista clavada en un punto fijo e inerte. Preocupada, Marlene caminaba de lado a lado en la oficina dando la apariencia de que se encontraba desesperada. En el instante en el que Raúl regresó al despacho, la pelinegra sintió que un aire cálido recorría su columna vertebral.

Se puso de pie y al mismo tiempo se acomodó unos cabellos rebeldes que se desperdigaban en su rostro, alborotados, detrás de los oídos. Su amiga la siguió y ambas se apearon con el español, cuyo semblante no denotaba ningún vaticinio bueno: no al menos el que ellas esperaban. Las pasó de largo y las mujeres se observaron con anodina atención.

En el aire se respiraba un aroma a transpiración por la falta de oxígeno, las ventanas estaban cerradas y Ana todavía no encendía el aire acondicionado. Raúl se desató la corbata y mesó su cabello castaño en un acto por despabilar. Cuando cerró los ojos, pudo ver una pantalla negruzca de acontecimientos: las probabilidades de que Ana perdonara la decisión cruel de César eran muy poco probables; a menos que él le dijera lo que se había comprometido a mantener en secreto.

Dentro de su cabeza, los pensamientos se entremezclaban, ocasionándole jaqueca. Las lágrimas temblaron en su lagrimal, a punto de desbordarse. Se obligó a mantenerlas a raya al menos hasta que supiera qué hacer qué sentir o cómo reaccionar sin quebrarse. Involuntariamente, se llevó una mano al vientre, recordando que no era ella nada más a quien César estaba desechando.

Hubiera querido sostenerse en pie un poco más, pero no alcanzaba a acreditar el momento; tenía, como siempre que estaba estresada, el sentimiento de culpa y agobio agolpados en el pecho: Ana sabía que habría podido evitar todo eso, que si, tal vez, hubiera escuchado un poco a Marlene, las cosas no estarían sucediéndose como ahí.

Emitió un gemido antes de dejar que su cuerpo languideciera. Raúl escuchó la voz alarmada de Marlene y la reticente súplica que manaba enojo; de un par de zancadas, dándose la vuelta en el acto, avanzó hasta las mujeres que habían seguido a pocos metros del umbral en la puerta. No estaba desmayada, para su suerte.

Marlene le pidió a Karina medicamentos, pero Ana, con voz pastosa y el rostro lívido, le recordó el embarazo. Un timbre resonó en la cabeza de ambos, de Marlene y Raúl, al imaginar que ella al fin estaba pensando en esa criatura que venía. La hicieron sentar en el sofá y Raúl le extendió un vaso con agua, del cual apenas sorbió y que rápido dejó en la mesa centro. Se formó un hosco silencio, por la confusión del momento y el dolor que seguramente Ana sentía, ninguno podía decir palabra.

Se miraban de hito en hito y sus ojos huían como temiendo que alguno exigiera nombrar una solución. Ana se quedó inmersa en sus pensamientos mientras palpaba su frente. Raúl no pudo hacer más que guardar las manos en los bolsos del pantalón y quedarse mirando con el estruendo de la noticia recién volcada. A pocos metros de él se encontraba el escritorio y el teléfono que minutos atrás había comunicado a César con ese sujeto.

La ira carcomía su carne desde adentro de su cuerpo y un pequeño, pero a la vez doloroso, pinchazo resonaba en su cabeza, como el eco que provoca una roca cuando cae por una empinada. La promesa estaba divaga en su cerebro y la voz de César exigiéndole lealtad en ese instante se distorsionaba, al tanto que veía desmoronarse a la mujer de cabello negro y ojos verdes frente a él.

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