30. María Gracia

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Al fin es viernes. Mañana, sábado, tengo el quinceañero de una de mis primas y la perra esa —lo digo con amor, claro— quiere que vaya con Gabriel, todo porque se lo quiere hacer. Obviamente yo no voy a permitir eso, de ninguna manera, y ahora estoy esperando que Gabriel llegue para hacer el trabajo, sólo espero que mis padres no peleen cuando él esté acá. De todas maneras les avisé que habría visita, pero igual.

Últimamente han estado peleando más fuerte que otras veces y por simples estupideces. Es realmente horrible y me da más ganas de que el año termine para poder irme de este lugar.

Tocan el timbre de mi puerta y me acerco a abrir. Obvio que es Gabriel, él me sonríe y me da un beso en la frente.

—Hola hermosa —dice y sonrío.

—Hola bello —tanto tiempo paso con él que ya se pega su manera de hablar— vamos a mi cuarto.

—Asu —dice y pone una cara pervertida a lo que yo me río.

—Es más cómodo, no te ilusiones —respondo y él baja su mirada.

—Al cabo que ni queria —repite la frase del Chavo y yo me río.

Ya en mi habitación, usamos la laptop y libros que él trajo para poder juntar una buena información y poder hacer la bendita tesis. Cuando finalmente podemos avanzar algo de la introducción, me da hambre. Miro la hora y son las 8:30pm. Eso no es nada bueno. Se supone que mis padres llegan a esta hora. Trato de ignorar el hecho de que todavía no llegan —y que lo harán en cualquier momento— y me acerco a la puerta para ir a la cocina, pero justo antes de llegar, se escuchan sus gritos.

Maldita perra, sigues viéndote con el pendejo ese —grita mi padre.

—No ahora por favor —susurro y siento como Gabriel se acerca.

Oye imbécil, no me vas a hablar así. De seguro tú sigues viéndote con tus putas esas.

Porque tú te ves con el pendejo ese.

Ah, o sea ¿es mi culpa?

Si —dice él y se escucha una cachetada.

—Preciosa, todo va a estar bien —dice Gabriel mientras me seca las lágrimas. No me había fijado que había llorado, pero era de esperar, esto siempre me pone así.

Finalmente, Gabriel me abraza fuerte hacia él.

Si vamos a seguir así —dice madre— haciéndonos daño y también a nuestros hijos, creo que es mejor que nos tomemos un tiempo.

—¿Qué opinas del divorcio? —pregunta mi padre de manera tajante y surge un silencio en el cual siento una combinación de alivio con destrucción interior.

Si se divorcian ya no veré a mi papá en las mañanas, o tal vez mi mamá ya no me recibirá después del Cole o ya no saldremos en familia como solíamos hacerlo.

No me imagino una vida sin alguno de los dos.

¿Eso quieres? —pregunta mi madre.

¿Eso quieres? —repite mi padre.

No quiero imaginarme una vida sin alguno de ellos. Quiero que estén juntos y que busquen la manera de arreglar sus malentendidos. Que se besen y que se perdonen. Pero al parecer esas palabras no están dentro de su vocabulario.

Si eso quieres, hablaré con mi abogado —dice mi padre.

Y yo con la mía. Creo que sería un bien para todos. En especial para nuestros hijos.

Eres solo mía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora