CAPITULO 4: EL DIA SIGUIENTE

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Se encontraba esperando en la calle invernal, en la zona del barrio antiguo afuera de una patisserie llamada Morso. Casi todos los locales del Grund, la parte vieja de la ciudad, habían pasado de ser pequeños y viejos establecimientos a tiendas mucho más sofisticadas y ésta no era la excepción.

Enzo Baladi estaba enfundado un saco negro ajustado en el que su larga y sedosa cabellera rubia caía como cascada dorada de seda, y a simple vista era más que evidente que se trataba de un hombre sumamente apuesto. Su estructura ósea bien podría ser la envidia de cualquier modelo editorial por su perfecta simetría, sus elevados pómulos, su nariz elegante, sus cejas suavemente arqueadas y espesas y para rematar, un par de ojos verdes claros del color esmeralda del mar mediterráneo hacían de él alguien inolvidable.

Pese a ser rubio como la mayoría de los luxemburgueses, en el tono cálido de su piel se atestiguaba una infancia en un clima más benigno, contenía un dejo dorado que definitivamente no se lograba en un fin de semana en la playa.

Era extranjero y tan hermoso que en un raro descuido podría incluso ser confundido por una chica. La gente solía quedar impresionada al verlo, pero era algo a lo que estaba completamente acostumbrado, ¿podría ser de otra manera?

Baladi había sabido con el tiempo a llevar sabiamente su belleza, le era fácil engatusar a la gente, demasiado fácil, sin embargo no estaba en su naturaleza ser manipulador, la seducción era algo que gustosamente elevaba a arte cuando de verdad lo quería y cuando no... bastaba simplemente ser amable y no necesitaba más.

Suspiró vapor de aire, sintiendo que el frío calaba en su cuerpo. Era mediodía pero la temperatura se había encrudecido desde hacía algunos días conforme el año se aproximaba a su final. Cada que alguien salía de la repostería afuera de la que se encontraba, el olor de vainilla y jengibre de las galletas recién horneadas se escapaba por la puerta, invitándolo a dejar de aguardar en la calle por sus amigos que ni siquiera estaba seguro vendrían.

No podía esperar para comer.

Se preguntó a sí mismo de dónde provenía su terquedad de estar en la intemperie y la idea resultó extrañamente graciosa.

Quizá Kyan y Abrianna ni siquiera estaban despiertos, y dado que ni siquiera contestaban sus llamadas tal vez estaban en su cama cálida sin preocuparse en absoluto por aquella acordada prima colazione.

Por fin vio llegar a pasos apurados a una de ellos, Abrianna Mestri. Llevaba una gruesa bufanda roja que volaba en el aire la cual combinaba perfectamente con sus lentes de pasta y un gorro a rayas negras y blancas del cual escapaban mechones obscuros.

No terminaba de comprender por qué la joven pintaba su cabello cuando el cobrizo de su verdadero pelo era tan agradable, sin embargo esa apariencia también lucía bien en ella y lo había hecho totalmente su estilo. El primer contacto visual con él fue casi una disculpa, pero estaba llena de energía.

- ¡Enzo, bon giorno!

Aunque el italiano era el idioma materno de ambos, Baladi solía hablarlo frente a quienes no lo entendían como cortesía, pero dado que estaban sólo ellos, le alegraba mucho poder hacerlo.

- Bon Anna. Risplendi come se fossi appena scesa dal letto.

/*Luces como si hubieras salido directo de la cama.

Ella comprendió la intensión del comentario, pero aguardó para abordar el tema.

Los amigos entraron al local y en seguida la calefacción les dio la bienvenida.

- Estuve en Zaphyr con Zia, no tenía intenciones de quedarme demasiado tiempo pero...

Baladi sonrió quitándose los lentes de sol.

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