CAPÍTULO 10: LOS LASCURAIN

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Es hora del saltar al otro lado del escenario y contemplar un poco el mundo de Daniel Lascurain.


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Definitivamente tenía que dejar de fumar. El clima era una auténtica pesadilla; el viento soplaba inclemente llevando consigo nieve húmeda. Pero no le gustaba fumar dentro de sus autos y mucho menos de la limousine.

Ese momento a la intemperie de fin de año le serviría para despejar la mente de lo que acababa de ocurrir en ella, el instante impulsivo e inevitable en que tenía sexo con Kyan Novak. Tener su cuerpo esbelto y torneado contra sus asientos de cuero, tomarlo sin darle opción a negarse, crearle en la cara esa intensa expresión del límite.... había sido más extraordinario que sus fantasías.

Hacía tiempo no sentía algo así, un magnetismo tan básico.

Aún no estaba seguro que Novak lo sintiera de vuelta, pero para él era simple: le gustaba demasiado ese hombre para no hacerlo suyo cada vez que lo veía.

Pese a que el otro no llegara a opinar lo mismo, sabía que deseaba aquello, ¿cómo explicar la manera en que su interior lo aprisionaba y lo succionaba para no dejarlo salir? No podía ser sólo su ego, esa química era imposible sentirla sólo de un extremo de ese lazo con el que jugaban al estira y afloja.

Tenía que evitar pensar en él de una manera novelesca, idealizarlo como solía hacer cuando comenzaba a enamorarse. Porque Kyan Novak no se asemejaba a ningún protagonista de historias románticas como las que le gustaba leer.

Así que no era tan mala idea estar en el frío, bajando la temperatura de su cuerpo, aclarando su mente, volviendo a la realidad.

Tenía que tener toda su atención en un nuevo asunto.

En cualquier momento aparecerían Josú y Victoria.

Revisó la hora una vez más en su Mont Blanc, había llegado justo a tiempo.

Findel, el aeropuerto de la ciudad era un lugar bien conocido para él dado que no sólo viajaba constantemente fuera por obras de su constructora, sino que también LD se había encargado de rediseñar una de las terminales hacía un año. Pero esta vez el motivo que lo llevaba ahí, era meramente personal.

Realmente deseaba verlos.

La puerta automática se abrió y una ola cálida de calefacción acarició el rostro del arquitecto. Viriato, su majordome, acompañado de dos maleteros arrastraban una abundante carga de equipaje que no parecería pertenecer a sólo un niño y una mujer. Detrás de ellos una hermosa y delgada dama en el inicio de sus treintas sostenía la manita de un pequeño de 5 años de inmensos ojos azul obscuro que supo lo buscaban con la mirada.

Lascurain alzó ligeramente la mano a modo de saludo y el niño sonrió, soltándose de su madre para correr hacia él emocionado.

- ¡Viniste por nosotros!- gritó llegando a él alzando los brazos.

Era un precioso niño de cabello obscuro como el de Daniel, sus bucles estaban un poco esponjados por la humedad. Y es que Josú era exactamente igual a como él había sido de niño.

Daniel se puso de cuclillas y lo abrazó profundamente.  ¡Vaya que había echado a ese crío de menos!

Los bracitos del Josú no alcanzaban a rodearlo, pero vaya que lo intentaban.

- Josú, entra al auto, no te enfríes- decía en el idioma materno de todos ahí, el portugués.

- ¡La ciudad se veía diminuta cuando aterrizamos!- dijo el pequeño metiéndose a la limo.

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