Capítulo 3.

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Maya.

Intento contener mis lágrimas. Todo este tiempo sin él he creído que están juntos. ¿Por qué me sorprende tanto que vayan a casarse? Es lo más lógico, pero no puedo evitar esta sensación de querer golpearlo hasta que sienta, al menos, un poco de todo el dolor que me ha provocado.

Borro el nombre de su padre del buscador y me dedico a mis deberes, que por cierto, son demasiados. La universidad no es sencilla y aunque nadie me informó de las consecuencias de reprobar alguna materia quiero pensar que solo hay una y es perder la beca. Ahora que lo pienso, todo fue muy raro los primeros días en Yale.

Hice los trámites igual que cualquier estudiante que no requiriera de una beca. Cada vez que decía mi nombre pensaba que harían algún tipo de alusión a dicha ayuda, sin embargo, no hubo tal y si no fuera de mi conocimiento que obtuve una beca, jamás lo notaría.

Dejo de darle más vueltas al asunto y comienzo a repetir una y otra vez la teoría que saldrá en el primer parcial. Mientras lo hago pienso en mamá, tenemos cuatro días sin hablar por la carga gigantesca de estudios y me siento terriblemente mal.

La Virginia de catorce años era un poco más sensata que la de quince. He tratado de hablar con ella y cada vez se molesta más y todo ese cambio negativo se lo debemos, por supuesto, a un chico. Espero con ansias las vacaciones navideñas para poder ir a San Francisco y hacerla entrar en razón.

—Maya Green —pronuncian mi nombre en un susurro casi inaudible. Busco al dueño del susurro y me encuentro al mismo chico con el que había chocado por la mañana.

—Evan Mitman. ¿Estás siguiéndome o algo así?

—Solo he venido por unos libros pero es difícil no notarte.

—Creo que eso no es cierto, soy bastante pequeña como para ser notada.

—Dudo mucho que alguien pueda ignorarte —responde y automáticamente recuerdo a Adam. Él tampoco entendía cómo podían ignorarme.

—¿Qué libros necesitas?

—Bueno, es para una de mis clases. —Se queda callado y me sonríe. Está mintiendo—. De acuerdo, no vine por libros. Te miré a través del cristal y me dije: ¿Cuántas posibilidades hay de que te encuentres dos veces con la chica que por poco matas en la mañana y en la cual no has dejado de pensar desde entonces?

Inicio a mirar a todos lados menos a él. No tengo una respuesta ingeniosa, quizás la parte de mi cerebro que se dedicaba a interactuar con el sexo opuesto ha muerto o algo así. Me limito a sonreír también y sin darme cuenta me muerdo los labios. Sí, estoy nerviosa. ¿Hace cuánto no me sentía nerviosa por la presencia de un chico? En menos de un segundo se sienta a mi lado y mis nervios aumentan. Observa con mucho interés mis apuntes y me mira curioso.

—Estudias medicina —afirma muy contento.

—Pretendo hacerlo, este semestre son más clases básicas que otra cosa y aun así me está llevando mucho trabajo tomar el ritmo. ¿Cómo sabes que es medicina?

—Porque este es mi último año en medicina y reconocería los apuntes tomados en una clase de Lewis. Puedo ayudarte, si quieres.

—¿Ayudarías a una desconocida? —pregunto mirando por primera vez con seguridad a esos ojos azules.

—Te ayudaré si me das tu número —me dice y suelto una carcajada. La encargada de esta área de la biblioteca me mira con ojos asesinos.

—Eso es trampa —me quejo—, no te conozco de nada, apenas sé tu nombre y que te gusta impactar con extrañas de baja estatura.

¿Cómo volver a ti? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora