Capítulo 35.

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Adam.

Llego a la calle y ni siquiera con todo el aire fresco que roza mi rostro y mi cuerpo, siento que de verdad esté respirando. Miro todos esos autos en el estacionamiento y siento que soy uno más de ellos, uno más que se acaba de aparcar y se queda solo cuando su conductor sale y lo deja abandonado por horas.

Me siento vacío, justo como el motor apagado, las luces apagadas, la radio apagada, los neumáticos detenidos, un auto inservible. No quiero ser un cobarde, quiero ser fuerte, quiero ser un hombre en todo la extensión de la palabra, quiero hacerle honor a la tan conocida frase: Los hombres de verdad no lloran, pero cómo podría no llorar cuando puedo jurar que me duele el maldito corazón.

Y, además, ¿qué es estupidez es esa de que los hombre no lloran?

El recuerdo de aquel adolescente perdido vuelve a mí, intentando encontrar una forma de seguir adelante, una forma de vencer a sus demonios, una jodida forma de no sentirse un monstruo. Me veo saliendo de casa por las noches con Katherine, corriendo a aquel bosque solitario en donde gritaba, lo que a mí me parecían horas, aunque muchas personas lo consideren una completa locura, funciona.

Sacas todo el dolor que llevas dentro y olvidándome de que hay personas saliendo y entrando a sus autos, los cuales vuelven a funcionar, mientras yo estoy sin dueño, grito; grito con fuerza, es desgarrador, la garganta me duele pero es el único modo que encuentro ahora mismo de decirle al mundo y a la puta vida, que me ha destrozado una y otra vez.

No he querido escuchar más al doctor porque sé lo que diría. Solo nos queda esperar, las primeras veinticuatro horas son primordiales, si pasa un mes y Maya no da señales de vida, las posibilidades de que lo haga algún día serán nulas.

Honestamente me han partido por la mitad, como si viviera y al mismo tiempo muriera, es exagerado, lo sé.

—Adam —la voz de mi madre parece llegar a través de un filtro y no en tiempo real.

—No quiero discutir, mamá. Si tienes otra sugerencia sobre mi vestimenta, este no es el momento adecuado.

La escucho reírse irónicamente y giro hacia ella.

—No soy tan frívola como crees —responde.

—Creo que esa palabra te queda corta, madre.

No quiero ser grosero, sin embargo, estoy en un estado emocional, en el cual, cualquier cosa que me digan la responderé de forma honesta, sin importarme lo que sientan o piensen. Tal vez quiero que todos se crean tan miserables como yo en este momento.

—Lloro por Alicia todos los días, sé que no has vuelto a su habitación, pero está intacta, no dejo que nadie entre, yo misma lavo su ropa y vuelvo a doblarla y a ponerla en su armario cuando me quedo sola en casa. Voy al cementerio una vez por semana a pedirle perdón. A veces, hijo, actuamos para no parecer débiles, no porque nos importe lo que dirán, sino porque es la única forma de sobrevivir y no terminar haciendo una locura.

—Mamá...

—¿Crees que soy feliz? ¿Crees que cuando te pedí que te marcharas de nuestras vidas estaba en mis cinco sentidos? ¿De verdad crees que una madre que acaba de perder a su pequeña hija por culpa de un desgraciado tenía cabeza para lidiar con tus problemas, Adam?

—Este no es el momento, de verdad que no lo es.

—Sé que una madre ejemplar debería haber tenido la fuerza necesaria y yo no la tuve. Porque en nuestro interior sabemos que la única culpable de lo que le pasó a Alicia, soy yo. Me dijo cientos de veces que no quería ir más a sus clases y, ¿qué hice yo? Obligarla, ¿crees que es sencillo vivir con esa culpa, saber que no podrás ver a tu hija crecer por tus malditos estándares de educación, por las etiquetas?

¿Cómo volver a ti? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora