Capítulo 28.

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Maya.

Las palabras de Miranda resuenan en mi cabeza, no sé por qué llorar primero, si por la posibilidad de que todo sea cierto o por la forma en la que todos me miraron, como si fuera una perdida, una cualquiera, y aún sin haber hecho nada me siento completamente sucia ante el escrutinio general.

Pensé que nunca me sentiría más humillada que en la fiesta de aniversario de Home-Office, pero esto; esto se ha ganado el primer lugar.

Camino por inercia, nunca había estado tan expuesta, tan miserable, nunca me había dado cuenta de las pocas posibilidades que tengo de lograr algo en mi vida por mis propios medios, hasta este momento.

Escucho los susurros de Julia y José detrás de mí y luego unos pasos que resuenan en todo el lugar. Unas manos intentan alejarme de los brazos de Becca y cuando me doy cuenta de que es Adam, lo empujo con toda la fuerza que poseo, no sabía que tenía tanta. Sus ojos me miran desesperados y asustados. Me tiembla todo el jodido cuerpo.

—No te marches —me pide.

—¿Una venganza? —pregunto—. Todo lo que hemos hecho es parte de tu venganza —reclamo.

—No existe tal venganza, Maya. Por favor deja que te explique y... ¿Pueden dejarnos solos?

—No voy a dejarla sola contigo, eres un jodido imbécil —chilla Becca y todo se vuelve incómodo. Adam le lanza una mirada de pocos amigos.

—Maya, mírame. —No lo hago—. Mírame, por favor —suplica—. Tú sabes que no es una venganza. ¡Joder! Si prácticamente respiro gracias a ti. ¿Cómo puedes pensar que he querido vengarme de ti? Hemos hablado de envejecer juntos. No puedes dejarme, menos ahora.

—¿Estás pagando mis estudios sí o no? Te lo pregunté, lo hablamos en casa y dijiste que no —lo enfrento.

—No es como crees.

—¿Entonces cómo es? —No puedo más y frente a los testigos me suelto a llorar—. Les ha dicho a todos que me acosté con otro estando contigo.

—Yo solo quería ayudarte, yo quería que consiguieras todo lo que deseabas, Maya. Yo estaba destrozado y aún así decidí cumplir tus sueños porque en mi interior siempre supe que eras inocente. No he hecho esto con la intensión de humillarte —explica pero no es suficiente. Él no entiende cómo me siento.

—Entonces, sí pagas Yale, ¿qué más pagas, Adam? ¿Pagaste la residencia mientras viví ahí? ¿Hiciste que nos dieran el préstamo bancario? Tú... tú conseguiste ese trabajo para mamá, ¿verdad? ¡Claro! Se me hizo tan raro que consiguiera un puesto como ese, de seis horas al día ganando el doble de lo que ganaba con dos trabajos.

—Mi amor... —intenta acercase y doy un paso hacia atrás.

—No te me acerques. Ahora mismo no sé qué pensar. No sé si en un principio querías vengarte y luego te diste cuenta de mi inocencia, pero todo encaja demasiado bien para ser una mentira.

—No, Maya. Por Dios, yo jamás te haría eso.

—Pasaste diez meses pensando que era culpable, ¡diez! —espeto—. Ahora que lo pienso, cambiaste de parecer de un día para otro.

Se pasa las manos desesperado por el cabello y mira a todos lados menos a mí. ¿Por qué no contesta? Abre y cierra la boca un par de veces.

—Sé que estás afectada pero podemos solucionarlo, te suplico que no me dejes —toma mis manos antes de que pueda apartarlas—. No lo hagas, no nos hagas esto, no otra vez.

—No sé.

—Maya, podemos... podemos... por favor, ¿podemos irnos a casa y hablar a solas? Te lo ruego.

¿Cómo volver a ti? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora