Capítulo 25.

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Adam.

Mientras esperamos la pizza, prefiero quedarme en la habitación para pensar un poco. Le he dado sin rechistar el dinero para que entienda que puede pedirme lo que sea sin sentirse avergonzada. Vivimos juntos, es mi compañera de vida, que no tengamos un papel legal con la firma de ambos o que seamos tan jóvenes no significa que mire lo nuestro como un juego.

No es que no crea en ese hombre, es que dudo de que esté en buenos pasos, atreverse a pedirle dinero a una hija que acaba de conocer no habla muy bien de él. No quiero romper las ilusiones de mi pequeña saltamontes, pero tampoco quiero que la hiera, porque si lo hace no estoy seguro de controlarme.

—Adam —me llama. La pizza ha llegado y salgo a la sala. Ha puesto dos platos en la mesa central y la caja con la pizza en medio. Comeremos en el sillón.

Me ayuda a sentarme aunque no lo necesito. Me siento mucho mejor, solo algo cansado. La observo mientras sirve. Siempre me ha parecido hermosa. No importa si trae suelto sus rizos, agarrados en un moño mal hecho, en una coleta, detrás de las orejas o le cubren la mitad de la cara.

No importa que sea pequeña y a mi lado se mire aún más pequeña, porque para mí, su altura es perfecta. Tiene unos ojos preciosos, aunque algo grandes para sus finas facciones, su nariz es pequeñita, como ella, y por eso me gusta acariciarla.

Cuando la miré la segunda vez, logré divisarla desde la esquina de nuestra cuadra. Caminaba despacio y se miraba cansada. Sus rizos se movían tanto con cada paso que daba y yo me quité la camiseta para impresionarla, tenía mucho tiempo sin interactuar con una chica que me gustara desde el primer instante.

A pesar de su estatura, no parecía de su edad, en ese momento creí que tenía veinte y vaya sorpresa la que me llevé al descubrir que solo tenía diecisiete.

No dije en broma lo de envejecer juntos, sé que es apresurado, ridículo y demasiado cursi pero, es lo que quiero con ella. De verdad deseo hacer un viaje al futuro de su mano, despertarnos un día y descubrir que tenemos cincuenta o sesenta años y seguimos juntos.

—¿En qué piensas tanto? —intenta averiguar.

—En ti —respondo.

—¿Qué pensabas exactamente?

—En cosas demasiado cursis, me conviertes en otro, Maya Green. Deberías sentirte orgullosa. —Sonríe con tristeza y eso llama mi atención—. ¿Pasa algo?

—No —dice insegura.

—¿Segura?

—Si.

—¿Sabes? Estaba pensando, solo si tú quieres, que podrías trabajar conmigo en la oficina.

—No creo que sea correcto. Las personas sabrán que estamos juntos y pensarán que solo estoy ahí por ti.

—¿Y?

—Ya sabes cómo soy, me gusta ganarme las cosas. Estoy un poco cohibida por lo que ha pasado hoy. No quiero ser una carga para ti y mucho menos que mi padre se convierta en una. Te juro que no volverá a pasar.

—No te preocupes por eso, siempre que tengas un problema puedes confiar en mí, yo te ayudaré todo el tiempo, estemos bien o estemos mal. Es una promesa.

—Ahora que dices eso, tu padre mencionó algo sobre la beca, la mía, claro.

Trago grueso en cuanto lo menciona y me apresuro a comer y beber para hacer tiempo.

—¿Qué mencionó?

—Algo como que yo estaba en Yale por ti, influencias y esas cosas. Adam, ¿la beca existe? Porque si esa beca es un invento no seguiré estudiando ahí. Sé cuánto es el costo de las clases, de un cuarto en una de las residencias privadas. No está bien.

¿Cómo volver a ti? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora