Capítulo catorce

9.3K 954 346
                                    

¡Feliz lectura!


Aún no había levantado el día por completo cuando escucharon el agitado galope de caballos. Dos hombres con tartanes rojos y verdes agitaban su brazo empuñando una espada para pedir paso a la fortaleza.

—Son hombres de Cromarty —gritó, desde la almena, uno de los soldados.

El portón se abrió y los dos jinetes entraron en el patio, desmontando inmediatamente.

—Decid a vuestro jefe que hay tres cabañas ardiendo en el poblado de Croy. Vimos el humo y acudimos en aquella dirección. Hay un anciano herido y un niño casi se asfixia por el humo, pero tenemos la situación controlada —dijo uno de los soldados mientras Archibald corría al interior del castillo para comunicar el aviso.

Brodick se acercó con intención de averiguar todo cuanto pudiese de este ataque.

—¿Qué hay de los atacantes? ¿Algún tartán distintivo? ¿Alguien escuchó algo? —No preguntó por el posible robo porque ya sabía que esta incursión era como las otras: sin objetivo aparente y sin rastros visibles.

—Nada señor. Tan sólo han escuchado gritos de batalla; y el anciano cree que podría haber entre seis y ocho jinetes.

Brodick asintió y se giró al escuchar como Lord Hugh salía de la casa dando órdenes a sus hombres para que enviasen una partida a ayudar en el incendio. Él por su parte se fue hasta Murray y le pidió que se uniese al rescate y que rastrease la zona. No es que no se fiase de los hombres de Gideon, pero sabía de sobra que sus hombres eran mejores rastreadores.

Dos horas más tarde, mientras estaban en medio del entrenamiento, la partida de hombres volvía acompañada de una decena de guerreros con tartanes de Cromarty. Entre ellos, Brodick reconoció de inmediato al jefe del clan, el jactancioso e intrigante Thomas Urquhart. Era conocido en la corte por su ambición y su comportamiento pueril. Incluso le sorprendía que hubiera tomado parte del rescate de unos simples campesinos; en tan alta estima se tenía.

Brodick dejó a Cormac a cargo del entrenamiento con los tres jóvenes guerreros que se habían quedado esa mañana y se acercó silenciosamente hasta Murray, seguido de cerca por Liam.

—¿Alguna pista? —Su voz era baja para que nadie más supiese cuál era el objetivo de su soldado al unirse a la partida.

—Las huellas desaparecen en el río Nairn. Han intentado simular que salían un poco más al norte, en dirección a Cawdor, pero el rastro vuelve sobre el río media milla más adelante.

Intentaban despistar, tal y como había dicho Gideon. Unas veces simulaban que el ataque procedía del norte; otras veces de Inverness. Ninguna pista fiable, porque todos los rastros desaparecían antes o después.

—Está bien Murray. Una vez que tengamos alguna sospecha sabremos dónde buscar. —A Brodick cada vez le intrigaban más aquellos incendios y el motivo oculto tras ellos. No podía abandonar Kilravock sin averiguar qué ocurría. No podía dejar a Sarah sola en medio de aquella guerra encubierta.

La buscó con la mirada, pero no la encontró. Esa mañana no había dado señales de vida. Se preguntaba dónde estaría la muchacha y a cada minuto que pasaba crecía su culpabilidad por el modo en que la había tratado la noche anterior. Por su cruel rechazo y también por sus coqueteos con la criada. Era consciente del daño que le hacía, pero cuanto antes ella entendiese que no era el tipo de hombre adecuado al que acercarse, mucho mejor para ambos.

Siguió a Rose y a Urquhart hasta el salón y cuando no habían todavía llegado a la mesa, se dio cuenta que Sarah salía de la cocina y componía una expresión de horrorizada resignación cuando vio la figura alta y portentosa del barón. Fue evidente que pensaba dar la vuelta sobre sus pasos hacia la cocina, pero fue sorprendida por su padre, que en aquel momento levantó la cabeza y la saludo.

La ofrendaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora