Capítulo veintinueve

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—¿Qué? —Brodick se puso en guardia, confuso.

Las palabras de Sarah, tan llenas de coraje y determinación le habían causado admiración y terror a partes iguales. Se negaba a casarse con él, lo que le golpeaba duramente el orgullo, y, sin embargo, en algún rincón de su mente reconoció que había contemplado esa posibilidad. Era una mujer orgullosa, no admitía órdenes, se revelaba ante el menor síntoma de dominación por su parte y esta vez no había sido diferente; pero el temor a que ella no sintiese el mismo incontrolable amor que él y que le rechazase había sido tan fuerte que había elaborado toda aquella estrategia para obligarla a casarse. Y ahora se daba cuenta de que su padre no iba a ser la pieza clave del rompecabezas que él había previsto

—No podéis decirlo en serio —añadió, conmocionado todavía por el desarrollo de aquella pequeña trama. Rose no le miró, seguía con sus ojos puestos en los de su hija. Una extraña corriente de tensión cruzándose entre ellos.

—Solo espero que nunca lamentes tu decisión... hija.

Notó que el cuerpo de Sarah se sacudía, era un temblor apenas perceptible, pero estaba ahí. Pasaron unos interminables segundos hasta que ella asintió y se volvió para salir de la biblioteca. Brodick se lanzó a detenerla, agarrando con delicadeza su brazo, sin poder creerse el desenlace.

—Sarah, espera...

Ella se apartó como si le hubiera quemado con hierro fundido.

—Suéltame. Ni siquiera te atrevas a tocarme. —El dolor y la indignación marcaron con sutileza el tono de su voz. Intentaba aparentar calma, pero sus bellos ojos tan verdes como las esmeraldas, mostraban una furia que solo hacía que su rostro fuera más hermoso.

Se sintió como golpeado con un mazo en el estómago. Ella era una fuerza a tener en cuenta cuando se enfadaba y ahora estaba más enfadada de lo que la había visto nunca. Le soltó el brazo y dejó que se escabullera, sin poder creerse aún el tremendo error que acababa de cometer.

—Muchacho, más te vale tener un plan alternativo. Te va a tocar convencerla. —El viejo se atusaba la barba, como si el arranque de soberbia que acababan de presenciar y su majestuosa salida fueran un juego de niños.

—¿Se puede saber que ha pasado? Usted debía obligarla. —Brodick, conmocionado por el rechazo de Sarah, dirigió su malestar hacía Lord Rose.

—Y tú no deberías haberle puesto un dedo encima —añadió el joven William con un dejo belicoso en su tono—. Todavía no entiendo por qué no matamos a este bastardo, padre.

Si no hubiese estado tan asustado en el fondo de su alma y tan asombrado, se habría reído. El muchacho era impetuoso y tenía tanta rabia contenida dentro que no podía estar quieto en un mismo lugar dos segundos. Sospechaba que su afrenta hacia su hermana no era el motivo de esa rabia, al menos no de toda.

—Porque tiene que casarse con tu hermana, William. No cabe otra posibilidad.

—Me parece que esa opción acaba de descartarla su hija, con su consentimiento, dicho sea de paso. —dijo Brodick a modo de reproche.

—Ah, bueno. Mi Sarah tiene la misma tendencia al dramatismo que su difunta madre. —El Laird suspiró con nostalgia—. Aquella mujer me podía poner a suplicar de rodillas —añadió más para sí mismo que para los demás.

—También tiene cierta tendencia a la desobediencia, la aventura y la obstinación que deberían haberse corregido tiempo atrás ¿No cree? —Esto era el colmo. El padre se comportaba como si su pequeña de dos años hubiera tenido una rabieta.

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