Capítulo quince

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Hola!

Hoy os traigo capítulo doble porque, como siempre, valoro mucho mí seguridad y si os dejo con el final de hoy sin resolver, me matáis fijo.

PD: Perdonad el lío de publicación de capítulos. No sé por qué me aparecía todo en borrador, pero luego me he dado cuenta de que si aparecía en biblioteca... En fin, no me hagáis caso.

¡Feliz lectura!

Sarah creía que no podría contenerse las ganas de vomitar, asqueada por el olor del alcohol que emanaba la boca de Lord Thomas. Él la había seguido cuando se dirigía a la habitación de Liam para darle un ungüento, pues los puntos que le había dado Moira para suturar el tajo que había recibido en su pecho, días atrás, se habían infectado un poco. El barón pareció ofenderse al encontrarla allí, pero luego había aprovechado la oportunidad y había comenzado a empujarla contra la pared, mientras le agasajaba con palabras que pretendían ser halagos.

—Una mujer como vos no debería depender de la caridad del futuro Laird de Kilravock. Nacisteis para ser la esposa de un gran señor. Tenéis la elegancia de una princesa y merecéis la posición que yo puedo daros. Y yo merezco la satisfacción de que seáis mía.

Sarah puso sus manos contra sus hombros e intentó separarlo, en vano, pues el hombre parecía esculpido en roca. No podía creer la arrogancia infundada que desprendía con sus palabras. ¿Quién se había creído que era? 

—Os agradezco esas apreciaciones sobre mi belleza, milord, pero no deseo desposarme. Ya os lo dije antes y os lo dije también la primera vez que me lo propusisteis —adujo ella.

A Sarah le costaba hablar, y aunque daría cualquier cosa por ponerlo en su lugar, lo cierto era que comenzaba a sentirse asustada pues el hombre no cejaba en su empeño y cada vez se apretaba más contra su cuerpo. Podía gritar y en cuestión de minutos tendría una docena de hombres armados en ese pasillo, pero Urquhart era un hombre poderoso, del círculo de confianza del Rey, y su padre ya tenía bastantes problemas sin la necesidad de enfrentarse al monarca.

—Pero yo haría cualquier cosa por vos. Sólo tenéis que pedirlo y lo conseguiréis. Debe haber algo que queráis por encima de todas las cosas.

Los pensamientos de Sarah viajaron hasta William, rogando de nuevo que se encontrase a salvo, pero convencida, en lo más profundo de su ser, de que jamás solicitaría ayuda a un ser tan despreciable. Miró al barón, pretendiendo aparentar seguridad y firmeza, y le espetó:

—No preciso nada más que lo que esta tierra me da, milord.

Acercándose al oído de la muchacha, Urquhart bajó sus brazos, liberando en parte la cárcel a la que la tenía sometida, pero haciéndola sentir más atrapada, pues su mirada reflejaba ahora conocimiento y determinación.

—Yo puedo solucionar todos los problemas a los que se enfrenta Kilravock en estos momentos. Pensadlo Sarah. ¿No haríais lo necesario para salvar el futuro de vuestra gente?

—¿Qué sabéis vos de los problemas de Kilravock? —susurró Sarah, sintiéndose cada vez más amenazada.

—Sé que puedo ayudaros y lo haré. Solo tenéis que decir sí, Sarah, y pondré el mundo a vuestros pies. —Separándose de ella, alzó un brazo y acarició su mejilla con lasciva demanda. Sus ojos mostraban una lujuria que le hizo temblar de miedo y repulsión—. Pensadlo, milady. Estaré en mis aposentos.

Estupefacta, abrió los ojos como platos por la desfachatez del barón. No sólo la acorralaba en un pasillo oscuro y la amedrentaba, sino que además le proponía acudir a su recámara... ¿a cerrar el trato? Sarah se estremeció, mientras Urquhart se despedía con una sonrisa confiada y desaparecía al fondo del pasillo. Aturdida, se separó de la pared y se llevó las manos al fino cabello dorado, intentando recuperar la calma.

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