Sentía la respiración pausada y tranquila de Sarah sobre su pecho. Habían dormido algunos minutos y se sentía completamente relajado, inmensamente feliz por tener entre sus brazos a aquella mujer que iba a ser su esposa. Sonrió ante el hecho de que ya no le importaba si había sido un bruto ignorante que no había sabido manejar la situación o si no era lo suficientemente bueno para ella. La cuestión era que nadie podría amarla nunca como él, nadie podría adorarla y venerarla como él lo hacía, y nadie lucharía tanto por conseguir que ella fuese feliz. No la merecía, eso lo supo siempre, pero igualmente iba a ser suya, ante Dios y ante los hombres... en cuanto consiguiese que ella dijera que sí.Le había dicho que lo amaba. Durante aquellos estremecedores segundos en que su cuerpo se había convulsionado por el clímax, había sollozado y repetido su nombre como una letanía, confesándole entre lágrimas cuánto le amaba. Jamás había sentido mayor felicidad que en ese instante y jamás había observado tanta belleza como la de Sarah rompiéndose por el devastador placer. Le amaba, aunque él ya lo había supuesto. Una mujer como ella no se entregaba de forma tan incondicional si no era al hombre para el que estaba destinada, es decir, a él.
Ella se removió con un suspiro satisfecho y se pegó más a su cuerpo. El contoneo de sus caderas y la presión de sus labios en el pecho le dijo que ya estaba despierta. El cerró sus ojos y sonrió complacido por cómo ella reaccionaba a su presencia. Bien, estaba preparado para el segundo asalto. Esta vez le arrancaría el sí.
Acarició su espalda hasta llegar a la hendidura de sus nalgas y fue ahondando hasta rozar sus pliegues, que volvían a estar húmedos. La respuesta de Sarah no dejaba de asombrarle. Toda aquella sensual feminidad unida a su inocencia era un sueño hecho realidad. Sujetó la rodilla que tenía sobre su cuerpo y la empujó hasta sentarla a horcajadas sobre sus caderas, haciendo que ella abriese los ojos de par en par y mirase la unión de sus cuerpos con sorpresa. Le levantó la barbilla y le obligó a mirarle. Ella aún parecía confundida por aquella nueva postura, pero le devolvió la mirada.
—Dime que te casarás conmigo
—¿Por qué, Brodick? ¿Por qué lo deseas tanto?
Él se quedó pensativo durante unos breves segundos. Sabía que ella necesitaba una promesa más fuerte que la simple necesidad que les ataba a ambos, quería oír las palabras que ella misma le había gritado. Abrir su corazón no era algo que le resultase fácil a un guerrero, pero le daría cualquier cosa que ella le pidiese.
—Porque te necesito tanto que no concibo la idea de pasar un solo día alejado de ti; —Sujetó su bello rostro entre las manos, acercándola más a él y dejando caer un delicado y casto beso sobre su nariz—; porque, aunque me rechaces, nunca me apartaré de tu lado, ni permitiré que otro hombre se te acerque; porque me moriría si no supiese que tu corazón me pertenece, como te pertenece el mío; porque, desde que te conocí, solo sueño con que seas mi esposa, la señora de mi hogar, la dueña de mi alma. Porque te amo, Sarah de Rose.
Sarah se quedó quieta por unos interminables segundos mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Después se echó sobre él y lo abrazó con fuerza.
—¡Me amas!
Parecía tan sorprendida y entusiasmada que él tuvo que reírse—. Pues claro que te amo. Igual que tú me amas a mí.
Ella se levantó y compuso una ensayada expresión de confusión.
—Yo no he dicho que te ame.
—Mi amor, hace unos minutos lo has gritado a los cuatro vientos... varias veces...
—Eso no... —El recuerdo de cómo había gritado su nombre y su amor en los placenteros segundos que había durado su clímax golpearon su mente y le hicieron sonrojar—. Bueno, pues es verdad. Te amo.
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La ofrenda
Historical FictionEl hermano de Lady Sarah de Rose ha desaparecido poco después de la muerte de su madre. Ante la apatía de su padre y la difícil situación de su clan, la joven doncella está dispuesta a todo, incluso a renunciar a su futuro y a su honor, con tal de a...