Capítulo veintiseis

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Todo se había ido al mismísimo infierno en el momento en que uno de los soldados había dado la voz de alarma en el primer piso. Brodick y cuatro más de sus hombres estaban revisando las mazmorras, una por una, pero allí no había rastro del joven William ni de la guardia del castillo. Habían entrado en cada una de las celdas y descubrieron que había una con signos de haber tenido un huésped reciente; pero el heredero de los Rose, si había estado allí, había sido trasladado.

Brodick supuso que la inesperada llegada de Lord Hugh y de Sarah era el motivo por el que habían movido al prisionero y se preguntó dónde podrían haberlo escondido. Estaba dividiendo a sus hombres para buscarlo cuando escuchó la voz de alarma. Lo único que le tranquilizaba es que Sarah había tenido tiempo más que suficiente para escabullirse a su habitación.

Había enviado a otros diez hombres a las plantas superiores, para que tuviesen controlada la situación y evitasen posibles interrupciones en el rescate. El plan era deshacerse de la guardia de las mazmorras, rescatar al joven William y ponerlo a salvo. Después Brodick había decidido volver y sacar a Sarah y a su padre del Castillo pues no estaba dispuesto a que amaneciesen en aquel nido de víboras y se expusieran a que la huida del muchacho fuese descubierta. Pero todo se había ido al traste.

Ahora, ya en la planta principal, sus hombres repelían los ataques de los soldados de Urquhart, mientras Liam, Gideon y él se afanaban en buscar a William y Cormac se encargaba de poner a salvo a Sarah. Lord Hugh había aparecido en el salón minutos después de que comenzase la acción, armado con su espada y su escudo, preparado para la batalla. En ese momento se enfrentaba a Lord Thomas, que a sus treinta y tantos años era un oponente demasiado fuerte para el Laird de los Rose. Un par de soldados acudieron en su ayuda en el mismo momento en que Cormac llegó hasta ellos.

—Lady Sarah no está en su habitación. No hay rastro de ella.

Brodick sintió como el color desaparecía de su cara. Le había dicho que fuera directa a su recámara ¡Maldición! No podía imaginar el peligro que correría si se veía inmersa en la refriega. La mujer sabía defenderse, no había duda de eso, la había visto en acción en el bosque cuando le atacaron los bandidos, pero aquellos no eran meros forajidos, eran guerreros, soldados, que no dudarían en atacarla y herirla.

—Id a por William. Sospecho que, si le encontráis a él, ella no puede andar muy lejos. —Sujetó a Cormac por el codo antes de que se marchase—. Cuidad de ella.

Su primo le miró con solemnidad—. La protegeré con mi vida.

Brodick observó cómo dos hombres más desaparecían con Cormac en dirección a la planta superior y se lanzó a la trifulca, viendo ahora que Lord Hugh se había quedado de nuevo a solas con Urquhart. El barón hirió con un estoque en el hombro a Rose y él dejó caer la espada, momento que Brodick aprovechó para intervenir.

Se lanzó contra el señor de Cromarty evitando un mandoble que iba dirigido al hombre mayor y bloqueando con su claymore el ataque del barón.

—¡MacNeil! —Parecía sorprendido. Le empujó, librándose momentáneamente de él, reaccionando con la rapidez propia de un guerrero—. Qué amable por tu parte unirte a la fiesta.

—Tu hospitalidad deja mucho que desear, Thomas.

—Lord Thomas para ti, imbécil.

Embistió contra él, girando con su cuerpo sobre el peso de la espada para intentar asestar un golpe con la empuñadura en el estómago de Brodick, que él recibió casi sin inmutarse.

Se incorporó de inmediato como si no acabasen de hundirle un bloque de acero en el estómago y se lanzó con su espada contra de su contrincante. Los dos hombres intercalaron golpes y choques de sus aceros, en una lucha demasiado igualada, para su gusto.

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