«Se llama Brodick. Brodick MacNeil». Sarah se sumergió distraídamente en la tina de agua que le cubría hasta la cintura y comenzó a enjabonar el jirón de lino con el jabón de rosas que Moira había elaborado la semana anterior.MacNeil. Nunca había oído hablar de ese clan. Intentaba recordar sin éxito cualquier detalle sobre ellos, pero ni en la corte ni durante las visitas que otros jefes habían hecho a Kilravock recordaba haberlos oído nombrar.
Él no era el emisario de Juan, sino el otro hombre, el delgaducho y anodino que había permanecido tan retraído que ni siquiera había notado su presencia en medio de tantos corpulentos highlanders. El MacNeil debía ser un caballero de armas del Rey, eso tenía mucho más sentido: un aguerrido soldado que luchaba en nombre de la corona. Se hundió en la tina soltando un pequeño suspiro al que siguió una risita nerviosa. ¡Sí que le había impresionado la visión de Brodick MacNeil!
Era muy apuesto, musculoso y viril. Los hombres tan grandes siempre le habían parecido temibles y en absoluto le habían atraído. Pero en este caso, la dureza de su cuerpo y de su rostro iban acompañados de un porte aristocrático y de unos ojos que, a pesar de ser tan negros como la noche, encerraban una dulzura que le resultaba embriagadora. Eran sus tupidas pestañas y el brillo de pasión que parecía haber en ellos lo que evitaba que fueran completamente feroces. Hacía que se le acelerase el corazón y su mente divagara.
La lujuria era una cosa muy curiosa; no hubiera adivinado la multitud de sensaciones que provocaba el deseo en el cuerpo de una mujer: su garganta se había secado, su corazón se había saltado un latido para luego desbocarse cuando él se le había acercado en el establo, las piernas le habían temblado, y había sentido pulsaciones en sus manos y también en su zona íntima.
No era tan inocente como para no conocer el proceso de apareamiento. Sabía el papel que jugaba su cuerpo en todo aquello y podía entender porque había sentido aquellos latidos enloquecedores y aquel calor, pero tenía que reconocer que le asustaba un poco saber cómo este hombre podía afectarla. Una cosa es que ella fuera capaz de reconocer, a pesar de su inexperiencia, las emociones que la habían sobrecogido; y otra cosa muy diferente es que supiese qué hacer al respecto.
Porque, ¿una mujer podía sentir este... desasosiego —sí, eso lo definía muy bien— por un hombre que no fuese a ser su marido? ¿Qué pensaría el Padre Clashmore de que tuviese deseos impuros por un hombre al que acababa de conocer? ¿Tendría que confesarse de inmediato, o no? Oh, esto era sumamente complicado.
Debería tratar de olvidarlo. Lo que había sentido, tuviera una explicación razonable o no, estaba fuera de lugar. Esta debilidad que le producía el MacNeil sólo podía ser inadecuada, porque era absurdo pensar que las emociones estuviesen asociadas a algún sentimiento más profundo. ¡Pero si no habían cruzado más de diez palabras! No sabía nada de él. Bueno, sabía que era cariñoso con su montura, cosa que a Sarah le complacía enormemente, pues nunca había soportado a los hombres que son crueles con sus monturas. También sabía que tenía una buena educación, pues había sido muy cortés, y gentil, también le había parecido gentil. Sin olvidar que él parecía capaz de defenderla de todo peligro, de protegerla de todo mal. Claro, que ella no necesitaba que nadie la protegiese de nada, pero esta era sin duda una buena cualidad. Y tampoco tenía ninguna importancia que su sonrisa le hiciera sentirse como si flotara sobre sus pies. Todo eso en realidad no tenía importancia; no explicaba por qué se sentía tan llena de gozo, tan contenta consigo misma.
«Cariño, eso fue amor a primera vista. En cuanto tu padre me miró y me dedicó una de sus radiantes sonrisas... lo supe», solía contarle su madre, cuando se refería a la historia de cómo había conocido a su padre. ¿Podría ser que a ella le hubiese sucedido lo mismo? Eso explicaría, quizá, que se sintiese tan turbada por el guerrero vikingo. ¿Cómo podía saberlo? ¿Cómo lo supo su madre?

ESTÁS LEYENDO
La ofrenda
Ficción históricaEl hermano de Lady Sarah de Rose ha desaparecido poco después de la muerte de su madre. Ante la apatía de su padre y la difícil situación de su clan, la joven doncella está dispuesta a todo, incluso a renunciar a su futuro y a su honor, con tal de a...