Capítulo veintidós

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Hola!!! Quería disculparme por no haber contestado los comentarios en el capítulo anterior. Mañana tengo el examen de mis oposiciones y no he hecho otra cosa que estudiar en las últimas dos semanas, aunque he leído la mayoría de ellos. Espero que os guste el capi de hoy (es hiper-largo!!!). Un besazo!


Sarah observaba con los ojos entreabiertos los movimientos pausados y sensuales de los brazos de Brodick. Los marcados músculos de su espalda se contorsionaban y marcaban a medida que él iba subiendo por sus poderosas piernas los pantalones. Aquellas piernas fuertes y moldeadas que conseguían hipnotizarla y que sostenían unas preciosas nalgas que ella había agarrado con sus manos, firmes y suaves como el resto de su cuerpo. Para ser un fornido guerrero, aquel hombre tenía una piel que muchas mujeres envidiarían.

Era un dios pagano, un Dios de puro acero recubierto de la más deliciosa cobertura que nunca habría podido soñar. No cabía duda de que se pudriría en el averno por haber caído en la tentación; pero ni en un millón de años podría haber evitado amarle y mucho menos responder a las demandas de su pasión. Reconoció que, una vez que él había llegado hasta su corazón, ella no podía negarle nada.

Su pecho se encogía al saber que se marchaba de su lado, quería quedarse con él un rato más, quería suplicarle que volviera a abrazarla. Había sido el sueño más reparador que había tenido nunca, protegida y cálida entre sus fuertes brazos, sintiendo su aliento en la nuca y percibiendo cada matiz de su embriagador aroma; pero no podía pedirle que se quedara. A fin de cuentas, él sólo había cogido su recompensa, como parte del trato que le había propuesto. Había encontrado a su hermano y ella le había entregado su cuerpo. Fin de la cuestión.

Era cierto que él le había dicho que no tenía por qué agradecérselo de aquella manera, pero la decisión de Sarah no había estado motivada por la gratitud ni por el compromiso, sino que había querido compartir aquella experiencia única con él. Porque lo amaba. Y ahora no tenía derecho a lamentarse ni a pedirle nada a cambio. No iba a transformarse en una joven plañidera que le imploraba por su amor.

Brodick se levantó y fue hasta la puerta. Tomó su camisa y se la deslizó por los hombros. Después se acercó a la ventana y echó un vistazo fuera. Cuando se volvió, ella cerró los ojos para que no la supiera despierta. No sabía cómo enfrentarle después de lo ocurrido la noche anterior. No sabía qué decir, ni qué esperar. Sentía un poco de vergüenza por su comportamiento; se había dejado llevar de una manera absolutamente indecente, suplicándole por cada caricia, por cada embestida de su poderoso cuerpo; pero, sobre todo, le daba pánico la reacción de él.

Se moriría si ahora la trataba con indiferencia o se mostraba furioso de nuevo; no estaba preparada para encontrar una expresión seria y ausente de emoción en su rostro, después de haberlo visto tan lleno de pasión y calor la noche anterior.

—He visto tus ojos abiertos, Sarah —anunció con voz cálida y tranquila. Cuando volvió a abrir los ojos se encontró con una sonrisa que la reconfortó.

—Buenos días. —Le devolvió la sonrisa. Subió la sábana un poco sobre sus pechos y se incorporó hasta quedar sentada.

—Buenos días.

Él se acercó a la cama y se inclinó, le retiró un rebelde mechón de la frente y la besó con dulzura, pero con firmeza en los labios. Ella se hundió más en el colchón, complacida y satisfecha con aquella demostración y con probar de nuevo el sabor de sus labios. Brodick rompió el beso enseguida, pero Sarah le siguió con sus manos y le atrapó el rostro, mirándole con anhelo.

—No me tientes, mujer —le advirtió, divertido—. Tengo que bajar al salón. Es hora de que tu padre tome algunas decisiones. No podemos darle tiempo a Urquhart para reaccionar.

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