Capítulo nueve

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Sarah miraba desolada el estado en el que había quedado la cabaña de Gori Bisset. Sus tres hijos estaban sentados sobre unos bloques de madera con una cara tan triste que le provocaron ganas de abrazarlos y preservarlos de aquella crueldad. El padre de los muchachos se hallaba junto a su esposa, dando indicaciones a los hombres de que el fuego había comenzado en la parte de atrás de la construcción de madera, de la que ya apenas quedaba la pared principal y un costado. Se dirigió rápidamente hacía la herida.

—Edna, tranquila. Moira y yo cuidaremos de ti. Déjanos ver la pierna. —Tenía una brecha que recorría la mitad de su pierna desde el tobillo hasta la pantorrilla cubierta de polvo y briznas de paja. La mujer respiraba trabajosamente, con la cara surcada de lágrimas

—Bien, no es tan grave, te lo aseguro. Yo limpiaré tu herida y Moira se encargará de darte unos puntos para que la piel quede unida y puedas sanar pronto. Ella es nuestra mejor costurera en Kilravock. ¿Lo sabías?

La mujer le dedicó una dolorosa sonrisa a ambas que hizo que las lágrimas asomasen a los ojos de Sarah. Edna miraba todo el tiempo a sus hijos, intentando transmitirles algo de tranquilidad. Tras limpiar su herida. Moira comenzó con la tortura de coserla. Momentos antes, Sarah le había hecho oler unas sales que mareaban un poco, para que no fuese tan consciente de la operación. Se puso a su espalda, sirviéndole de respaldo mientras le sujetaba la mano. Cuando estaba a punto de terminar, Brodick se acercó hasta ella, se arrodilló a su lado y se quedó observando como Moira cosía la herida.

—No se han llevado nada. Ni grano, ni animales... nada.

—Así lo hacen siempre —le explicó Sarah, abatida—. Llegan como fantasmas, no se acercan lo suficiente para distinguir sus tartanes y no parecen tener otra intención que quemar nuestras cabañas.

—Quieren asustaros. —Brodick parecía más que convencido de sus palabras.

—¿Con qué objetivo? Nadie ha hecho ninguna petición, ni ha intentado chantajearnos. ¿Qué sentido tiene asustarnos si no esperan alguna reacción por nuestra parte?

Sarah había reflexionado sobre el objeto de estas agresiones, pero, por más vueltas que le daba, no llegaba a ninguna conclusión. Parecían gamberradas, pero si algo podían asegurar los testigos es que se trataba de guerreros y no de chiquillos rebeldes.

—No lo sé, pero lo averiguaré. Quieren algo, tenedlo por seguro. Nadie se toma tantas molestias por el simple lujo de ver arder una cabaña. Además, no se han producido estos ataques en ninguna de las tierras vecinas. Por algún motivo, os habéis convertido en su objetivo.

De vuelta al castillo, atravesaban el denso bosque de brezos y pinos caledonios que separaba la aldea de Croy del señorío. Sarah cabalgaba unos pasos por delante de Brodick, en línea con la guardia de su padre. Se devanaba los sesos pensando en los ataques, pero no encontraba ninguna explicación. ¿Por qué tenían que convertirse ellos en el objetivo de otro clan? Eran muy pacíficos y buenos aliados de cualquiera de sus vecinos cuando era necesario. ¿Por qué querían dañarles de esta forma? Era exasperante.

Al menos, su padre parecía haberse implicado en el asunto. Durante meses había permanecido al margen; incluso después de marchar William, había sido Gideon quien se había preocupado de que todo funcionase en la defensa de Kilravock. Se sintió muy agradecida porque estuviera cumpliendo su promesa; se estaba haciendo cargo de sus funciones y, a pesar de las malas noticias de aquel día, no podía evitar sentir un nuevo aliento de esperanza. También sentía cierto alivio al ver que Brodick se preocupaba por ellos e intentaba ayudarles. No sólo les había acompañado hasta el lugar del incendio, sino que le había dicho que averiguaría lo que estaba ocurriendo; y ella le creía. Había observado que, detrás de la fachada de rudo jefe mercenario, había un hombre compasivo en el MacNeil. Había sido muy atento con el siervo de su padre al que habían atacado y se había preocupado por dejarles asistidos.

Brodick MacNeil era un hombre honorable y daba muestras de un buen juicio y de un sentido del humor extraño, que a Sarah le encantaba. A decir verdad, la única pega que le podía poner hasta el momento era su arrogancia. Tenía, también, una tendencia bastante irritante de darle órdenes; y desde luego no le había gustado que criticara su forma de vestir y de actuar. Puede que fuese uno de los hombres más atractivos que había visto..., ¿a quién quería engañar? era colosal, pero eso no le daba derecho alguno a mangonearla.

Desde que había llegado a su vida una semana atrás había puesto su mundo patas arriba. Sin darse cuenta se había acostumbrado a su presencia de tal manera que algún día, cuando se marchara, dejaría un profundo vacío en su corazón. Se descubría a cada momento buscándole con la mirada, intentando acercarse. Este momento no era diferente. Quería cabalgar junto a él y charlar. A pesar de ser un mercenario conocido por su bravura, había demostrado ser un buen conversador, perspicaz y divertido. De hecho, había observado que no estaba falto de educación. Se expresaba de una manera perfecta y tenía unas maneras corteses y un tanto refinadas.

Tenía que reconocer que en un principio se había sentido impactada por él, que su físico musculoso y bien formado le había producido escalofríos. Había admirado su varonil cuerpo, su flagrante atractivo. Sus brazos musculosos, sus piernas torneadas y su hermoso rostro le habían conmocionado como ningún otro hombre; pero la admiración que sentía por su cuerpo comenzaba a extenderse a su persona.

Puede que fuera un mercenario despiadado, pero dejaba su aspereza para el campo de batalla, porque durante su estadía en Kilravock se comportaba como un auténtico caballero. Esto le trajo de nuevo a la memoria los orígenes de Brodick. ¿Había sido un caballero? ¿Cómo había llegado a ser mercenario? ¿Habría algún modo de convencerle para que trabajase por su causa? Su curiosidad le dio la excusa perfecta para acercarse a él y ahondar en su pasado. Fue reduciendo el ritmo de su yegua hasta que Brodick y sus primos le dieron alcance. Les miró fijamente durante un instante y preguntó a bocajarro:

—¿Qué quiere decir que sois unos desposeídos?

Cormac se atragantó y empezó a toser mientras que Liam con una risotada le daba golpecitos en la espalda. Brodick, por su parte, volvió a dirigirle aquella mirada de perplejidad mezclada con advertencia. Se dio cuenta de que había vuelto a ser demasiado brusca y se lamentó; no quería que él pensase que estaba ante una cría maleducada. Observó que Brodick dirigía una mirada suspicaz a sus primos, y supuso que se estaban burlando de ella por ser tan mordaz.

—Pertenecemos a los MacNeil de Barra. El hermano de mi madre invadió nuestras tierras y se adueñó de ellas, contraviniendo los dictados del Rey. Intentamos recuperarlas, pero, cuando David I murió, quedó tal vació de poder que nadie se preocupó por tres jóvenes que pedían justicia. Nos desposeyeron de nuestras tierras, eso es lo que quiere decir.

Brodick relataba su pasado como si estuviera hablando de una partida de naipes. No mostraba ninguna emoción, aunque sus ojos brillaban de una forma diferente. Ella supuso que esa máscara de indiferencia era una pose aprendida a lo largo de los años, porque Brodick no parecía el tipo de hombre que se conformaba con una traición semejante.

—Vuestro propio tío... ¡Menudo bellaco! —Sarah se sentía indignada en nombre de aquellos tres valerosos hombres a los que había llegado a tomar cariño—. ¿Sigue ocupando vuestras tierras? —Brodick asintió—. ¡Deberíais ir allí y sacarlo a patadas!

Liam volvió a estallar en carcajadas.

—Mi señora, eso es justo lo que haremos.

La comprensión la atravesó como un rayo, al mismo tiempo que Brodick fulminaba a su primo con la mirada. Liam, que debía conocer de sobra el genio de su jefe, le hizo una señal a Cormac y ambos se adelantaron hasta la posición de Gideon y sus hombres, dejándolos solos.

—¿Vais a invadir Barra? —preguntó Sarah, sorprendida con sus ojos abiertos de par en par, todavía sin creerse el descubrimiento que acababa de revelársele.

Brodick aprovechó para acercar su montura a la de Sarah, hasta que el vaivén de su lento trote les permitía rozar sus muslos, mandándole una corriente de descargas por sus terminaciones nerviosas. Pero no habló. Se limitó a cabalgar a su lado mientras ella seguía observándole, esperando una respuesta; pero cuando Brodick vio aparecer sobre la colina la fortificación de Kilravock, espoleó a su caballo y se lanzó hacía el portón de entrada.

—Hemos llegado —le anunció.

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