Brodick estaba retirando la silla de su montura, cuando la escuchó toser detrás de él. Cerró los ojos, resignado. Se empeñó en ignorarla, así que se acercó a ver a Minas, que continuaba reposando de sus heridas. El caballo de guerra que conducía ahora y que le había cedido el jefe Rose no era menos imponente, pero carecía de la elegancia y el porte del suyo.—Tenéis más hombres en vuestro ejército de los que os acompañan en esta misión ¿verdad? —preguntó ella siguiéndole los pasos.
«¡La mujer no se rinde!».
Brodick debería haber imaginado que no iba a aceptar la callada por respuesta y que seguiría preguntando con esa persistencia que la caracterizaba. No, ella no era de las que se rendían, ni tampoco era una de esas jóvenes insulsas y descerebradas que sólo piensan en vestidos y chucherías; por el contrario, era perspicaz y tenaz como un sabueso. Se comportaba con una naturalidad y un coraje que le sobrecogía; y lo más preocupante es que le parecía tan honesta y sin dobleces que se estaba ganando poco a poco su confianza.
No quería hablar con nadie de sus planes. No quería que nadie pudiera prevenir a su tío de lo que se avecinaba. Pero, de pronto, sentía la necesidad de confesarse con Sarah, de narrarle el calvario por el que habían pasado todos aquellos años. Sin embargo, no quería que supiese las crueldades a las que se había visto obligado en su vida como mercenario. Las mujeres tenían una sensibilidad especial respecto a la muerte. Si ella supiese la cantidad de vidas que había arrebatado, la sangre que había derramado y las barbaridades que había cometido, sin duda le rechazaría, como siempre había notado el rechazo de otras mujeres de su clase. Era un bárbaro de las Hébridas y nunca antes había querido ser otra cosa, hasta ahora.
—Tengo más hombres. —Ante su mirada inquisitiva, respondió—. Puedo disponer de doscientos guerreros.
A su expresión de sorpresa le siguió otra de intensa concentración. Brodick casi podía ver cómo su pequeña cabecita funcionaba, haciendo las conexiones necesarias para averiguar cómo podía haber reunido un ejército tan numeroso.
—¡El Rey! Dijisteis que ahora os debía un favor. —Su entusiasmo era contagioso. A Brodick le encantó la forma en que disfrutaba con aquel interrogatorio y sus exitosas conclusiones, pero se cuidó de mostrarlo en su rostro—. Vais a pedir un ejército al Rey para invadir Barra. ¡Es maravilloso, Brodick! Él podrá ayudaros a abandonar la vida de mercenario.
Aunque no había esperado algo diferente, le dolió comprobar que, para ella, la vida que llevaba no era lo suficientemente digna. Se sintió agraviado. Ser mercenario no había sido una elección para él y sus primos: había sido una necesidad para la supervivencia. Una vez que consiguieron escapar de aquel infierno y curarse de sus heridas, habían jurado que se convertirían en grandes guerreros y que volverían para vengar la traición de aquel maldito traidor de MacDonald. Se sentía relativamente orgulloso del camino que había elegido. Había hecho lo que había podido para sobrevivir; no cambiaría ni una sola de sus decisiones.
—¿Quién dice que quiera dejar de ser mercenario? —preguntó con la voz ronca, acercándose a ella, exudando intimidación por todos los poros de su piel.
La muchacha hizo el amago de retroceder, sorprendida ante su cambio repentino de actitud, pero levantó su orgullosa barbilla, demostrando que no estaba dispuesta a dejarse amedrentar.
—Si reclamarais vuestras tierras no tendríais que poner vuestra espada al servicio de otros: seriáis jefe de vuestro clan.
—¿No creéis que estáis sacando demasiadas conclusiones, milady?
Brodick se sentía menospreciado. Ella esperaba que fuese algo más de lo que era; no podía soportar la idea de que le considerase inferior, aunque él mismo supiese que era cierto, e incluso fuese el motivo por el que se estaba intentando mantener alejado de aquella hermosa ninfa. Quería que le aceptase, incluso siendo un mercenario maldito. Necesitaba que ella reconociese el deseo que ardía como un fuego entre ellos, si no con sus palabras, al menos con su cuerpo. Él sabía que aquella necesidad de tocarse viajaba en ambos sentidos y si ella no sabía, se lo iba a demostrar. La arrinconó contra los travesaños de una cuadra.

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La ofrenda
Historical FictionEl hermano de Lady Sarah de Rose ha desaparecido poco después de la muerte de su madre. Ante la apatía de su padre y la difícil situación de su clan, la joven doncella está dispuesta a todo, incluso a renunciar a su futuro y a su honor, con tal de a...