Una alcaldesa, una prostituta, una propuesta.

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Regina Mills era una mujer de treinta años, segura de ella misma. Reinaba sobre su pueblo con justicia y mano de hierro. Era madre de un pequeño muchacho al que quería más que a su vida. Solo había una sombra en su vida, la ausencia de vida sentimental. Nunca había conocido una relación verdadera, porque no consideraba su matrimonio forzado como tal. Nunca había logrado estar cómoda con los hombres, pues sus experiencias con ellos nunca le habían dado nada para sentirse en confianza. A menudo había sufrido y prefería ahora resguardarse y concentrarse en el pequeño. Henry tenía seis años y estaba literalmente enamorado de su madre, y ese amor incondicional era recíproco. Desde el día que lo había traído al mundo, ella no existía sino para él y para nadie más.

En esos días, todo la ciudad estaba en efervescencia ante la cercanía del gran baile anual de Storybrooke, que se celebraría al mes siguiente. Este año, Regina no tenía a nadie para que la acompañara a la fiesta. Ya escuchaba los comentarios sobre que si era frígida y que no había estado con nadie desde la muerte de su marido. Pero, incluso antes de su muerte, ella iba sola, su marido nunca se tomó la molestia de acompañarla, ocupado por lo general con una de sus amantes. La gente siempre cotilleaba, dispersando el rumor de que ella no era capaz de satisfacer a su marido y que él buscaba fuera lo que no tenía en casa.

Pero si había algo que amaba Regina Mills era provocar y cuestionar las certezas de los demás. Así que, una noche en la que Henry estaba en casa de una amiga, ella salió a tomar una copa a un bar para pensar. Casi iba a abandonar cuando la solución se presentó a ella bajo la apariencia de una magnífica rubia.

«Pf, ¡qué noche de mierda!» dijo la joven rubia sentándose al lado de ella «Marco, pone uno doble, por favor»

Regina vio al camarero alejarse y se tomó tiempo para observar a la joven que cortaba la respiración. Esta se despeinaba los cabellos intentando escurrirse el agua de la lluvia que goteaba por sus largos bucles dorados. Estaba vestida con un vestido rojo ceñido, increíblemente corto que hizo latir desbocadamente el corazón de la alcaldesa. Nunca había sentido tal deseo por nadie antes, y aún menos por una mujer. Nunca se le había pasado por la cabeza la idea de intentar con las mujeres, pero sabía que no le gustaba estar con los hombres. Perdida en sus pensamientos, no se había dado cuenta de que estaba mirando descaradamente a la joven.

«Hm...buenas tardes...yo soy Emma Swan» dijo la joven rubia de veinticinco años tendiéndole la mano «¿Ve algo que le guste?»

Regina salió de sus ensimismamiento y sonrió a la joven «Pues sí» dijo ella estrechándole la mano, haciéndole perder un poco su confiada seguridad «Yo soy Regina Mills»

«Wow, ¿Regina Mills? ¿Como la alcaldesa de Storybrooke?»

«Ella misma. Pero llámeme Regina, por favor»

«¿Qué hace en este bar a esta hora, Regina?»

«Pensando»

«¿En los asuntos de su ciudad?»

«No, en los míos» dijo ella frunciendo el ceño.

«¿Cuáles son esos asuntos que le hacen fruncir tanto el ceño, señora alcaldesa?»

«Un deseo de poner patas arriba las convenciones...»

«Entonces...»

«No creo que pueda ayudarme a solucionarlo, así que prefiero mantenerlo para mí»

La joven rubia sonrió y se apoyó con gracia en la barra. Se acercó dulcemente a la morena que no podía evitar comérsela con la mirada.

«Si no puedo arreglarlo, puedo quizás ayudarla a relajarse un poco» dijo con una voz sensual y sin equívoco «Una mujer como usted puede permitirse los servicios de una mujer como yo» le susurró al oído.

Un contrato y sus consecuenciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora