Capítulo 7 -Nuestro hogar está en la oscuridad-

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Hace ya tiempo que dejé de escuchar el sonido que emergía del pozo, el que producía la cadena del hombre de escamas mientras la arrastraba alejándose. Ahora lo único que se oye de vez en cuando en la cavidad, aparte del sonido constante de mi respiración y la de la mi aliado, es el tenue silbido que produce el viento al surcar la gruta e impactar contra las paredes del pozo.

No sé el tiempo que llevo sentando a lado de Valdhuitrg y Zhuasraht, haciendo guardia por si aparecen nuevos encadenados, pero siento que con cada minuto que pasa el cansancio aumenta y me es más difícil mantener los ojos abiertos.

Aunque trato de seguir despierto, aunque me esfuerzo en impedir que los párpados se cierren, no puedo evitar empezar a cabecear. La parte oscura de mi alma no solo me ha hecho mucho más débil, también ha conseguido que mi cuerpo se fatigue el doble de rápido. En estos momentos, incluso me cuesta llenar los pulmones de aire.

Sin tener siquiera fuerzas para pensar en ello, poco a poco, de forma constante, el cansancio va ganando la batalla y llega un punto en el que ya no puedo resistir más. La cabeza cae, se apoya en el pecho y los ojos se cierran.

«No puedo dormirme...» me digo, recreando en mi mente la última imagen que he percibido antes de que los párpados le dieran un descanso a la vista, la de la cadena que me une a Valdhuitrg brillando tenuemente.

***

Siento una agradable brisa, abro los ojos y observo un paisaje que me resulta muy familiar. Inspiro y huelo el olor de la hierba.

—Ya he estado aquí antes... —susurro, recordando la visión que tuve después de que me encadenaran a Valdhuitrg.

Mientras avanzo por este bosque de árboles de troncos rojos y hojas amarillas, una leve sonrisa se me marca en la cara al sentirme liberado de la presión de la cadena en la muñeca. Sé que esto es una ilusión o un recuerdo, pero eso no evita que me alegre de volver a ser libre.

Camino pisando la hierba azulada, viendo que con cada paso que doy se elevan unos centímetros unas partículas cristalinas.

—Un mundo vivo —digo, inspirando con fuerza, percibiendo el aroma que tanto hecho en falta: el aroma de la vida.

Aquí, notando la caricia del viento en la piel, sintiendo que la debilidad ya no me posee, me alejo de la realidad de Los Ancestros. En este lugar los filamentos son tan solo un mal recuerdo y el reino de terror es algo tan lejano.

Ando inmerso en mis pensamientos y casi no me doy cuenta de que alcanzo un claro. Cuando soy consciente de que dejo atrás el bosque, veo correr a un niño de la especie de Valdhuitrg que tiene un tamaño similar al de un humano de unos diez años. El pequeño demonio persigue a un animal de seis patas, pelaje blanco y una cornamenta gris.

Mientras el niño salta sobre la presa y le desgarra un costado con la mano, mientras escucho los sonidos agónicos que produce el animal, me acerco lo suficiente para ver cómo el pequeño se levanta y cómo la sangre cae sobre la hierba azul resbalando por las puntas de los dedos.

Sé que no puede verme, sé que aquí no soy más que un fantasma, sé que esto no forma parte de mi memoria, pero eso no me impide percibirlo casi como si fuera real.

—Valdhuitrg —escucho que alguien pronuncia con una voz profunda detrás de mí y me giro—. Hijo, debes acabar el ritual. —Quien habla es semejante a Valdhuitrg, aunque es aún más corpulento y su cornamenta es más grande—. Debes arrancarle la vida. —Camina despacio hacia el niño—. Debes comerte su vitalidad.

Al volver a observar al pequeño demonio comprendo que es Valdhuitrg de niño y entiendo que esto forma parte de sus recuerdos. Inconscientemente, olvidando por un segundo que en este lugar no se hallan fundidos a mí, me palpo la muñeca en busca de los eslabones y me digo:

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora