Capítulo 10 -Las cadenas del Ghoarthorg-

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Parados en lo alto de un pequeño monte de roca roja, con el viento golpeándonos, moviendo las prendas y los cabellos, observamos la planicie poblada por unos animales de cuatro patas, dos cabezas y pelaje marrón, que se alimentan de la hierba de tonos grises apagados.

Valdhuitrg olfatea, huele los olores que nos son inapreciables al resto y dice:

—Está cerca. —Mueve la cabeza, ojea el entorno y señala una montaña un poco más grande que las que se esparcen por el horizonte—. Allí.

Zhuasraht, cuyo interior cristalino resplandece con los rayos del sol rojo que descienden del cielo y surcan el mineral verde, se pone al lado del demonio y pregunta:

—¿Estás seguro? —Valdhuitrg afirma con la cabeza—. Tanto tiempo... —Dirige la mirada hacia la montaña de rocas rojas de la que sobresalen arbustos que se aferran a los pequeños salientes—. Ha ocultado con tanta intensidad su esencia que ya no soy capaz de captarla.

—Incluso a mí me ha costado —dice el demonio—. Athwolyort se ha recluido en este lugar y ha hecho todo lo posible para que nadie sepa de él.

Karthmessha, que está detrás de nosotros, pronuncia con tono apenado:

—Perdió mucho tras la incursión en el núcleo.

Aunque no conozco a Athwolyort, aunque desconozco su pérdida, imagino el sufrimiento que padeció a manos de Los Ancestros, me acerco al borde del pequeño monte y les digo a mis compañeros:

—Pues no tardemos en ir donde se encuentra para decirle que por fin ha llegado el día de la venganza. El día en el que su dolor caerá con fuerza sobre Los Ancestros.

Aun siendo diminutas, aun siendo casi inapreciables, unas pequeñas sonrisas se dibujan en los rostros de Valdhuitrg y Karthmessha.

—Me gusta el humano —comenta la diablesa.

Mientras comienzan a seguirme, a descender por las rocas, el demonio dice:

—Y a mí.

Sonrío y sigo bajando los pocos metros que elevan el pico del pequeño monte. Cuando alcanzo la planicie, doy unos pasos y algunos animales que están pastando cerca elevan las cabezas, me miran con los ojos cristalinos de color azul y se alejan.

Al verlos correr, recuerdo las cacerías con Adalt, cómo ayudábamos a las almas de las presas a volver al río eterno de las encarnaciones y cómo antes de que partieran les pedíamos permiso para comer la carne que ya no necesitaban.

Sumergido en los recuerdos que me llevan a revivir momentos de un pasado feliz, susurro:

—Hermano, sé que luchaste hasta el final, sé que lo diste todo y que partiste con honor. Cuando regrese, volveremos a estar juntos y derramaremos la sangre de nuestros enemigos.

Valdhuitrg, que consigue escucharme, posa la mano en mi hombro y asegura:

—Sea quién sea ese hermano tuyo, conociéndote, habiendo visto en tus recuerdos de lo que eres capaz y de lo que son capaces lo que luchan a tu lado, también estoy seguro de que lograréis volver a estar juntos y derramaréis mucha sangre.

Lo miro con agradecimiento y comenzamos a caminar rumbo a la montaña.

«Valdhuitrg... me encantaría que pudieras derramar sangre junto a nosotros en el pasado» pienso, notando la inmensa fortaleza que proyecta, sabiendo la debilidad que la sustenta.

Alejo los pensamientos de tristeza, empiezo a pisar la hierba de tonos grises apagados, noto lo espesa que es, lo que cuesta que se hunda, y dirijo la mirada hacia los arbustos que se aferran a los salientes de la montaña.

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora