Capítulo 11 -El prisionero de hielo-

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Las nubes, que se oscurecieron al poco de que apareciéramos en este mundo atrapado por cadenas, se iluminan con los extraños rayos que emite el metal que da forma a los eslabones gigantes que descienden de un cielo oculto a la vista.

Al mismo tiempo que la aleación de un rojo apagado brilla con debilidad, nos mantenemos en silencio sentados alrededor de la hoguera que Valdhuitrg ha creado manifestándola a través de su esencia.

Con la mirada fija en las llamas, escuchando el crepitar del fuego, ojeo los eslabones gigantes que se hunden en la tierra a tan solo unos pocos metros de nosotros y pienso:

«Debemos alcanzar las ruinas... Cueste lo que cueste».

No estamos derrotados, ni tan siquiera hemos luchado nuestro último combate, pero el efecto que ha producido la visión de las gigantescas cadenas, el saber que los eslabones auguran el inicio de la destrucción de los mundos que se hallan aprisionados en el Ghoarthorg y el fin de los encadenados que vagan por ellos, ha conseguido que nos recluyamos en nuestros pensamientos.

Las miradas de mis compañeros me trasmiten las ganas de resistir y de no doblegarse que sienten. Sin embargo, tras esos profundos deseos de luchar contra un poder que nos supera, también proyectan dudas. Los ojos cansados y en algunos casos tristes muestran las incertidumbres que emergen de las profundidades; incertidumbres que requieren de un tiempo para ser acalladas y recluidas.

En silencio, me levanto y camino alejándome hasta que noto cómo la cadena que me une a Valdhuitrg empieza a tirar de la muñeca. Cuando está a punto de tensarse, alcanzo un eslabón gigante, me detengo, elevo la cabeza y contemplo la magnitud de la obra de Los Ancestros. Cautivado ante la grandeza de la visión, pongo la mano sobre el metal que se funde con la tierra y siento el débil calor que desprende el interior de la aleación.

—El Ghoarthorg... —susurro.

Pensando en un pasado que a cada paso que doy se vuelve más incierto y en un futuro que a cada segundo que pasa se torna más oscuro, me quedo de pie al lado de la representación del fin de los encadenados.

Tras casi un par de minutos, en los que no he parado de visualizar la victoria sobre Los Ancestros y el retorno a mi tiempo para combatir junto a mis hermanos, cuando estoy a punto de bajar la mano y separar la palma del eslabón gigante, percibo algo que me turba.

—¿Qué es esto? —se me escapa un pensamiento en voz alta.

Me concentro y trato de apreciar aquello que de un modo muy débil se halla unido al metal que da forma a las cadenas gigantes. Aunque me cuesta, después varios segundos soy capaz de sentir con más fuerza lo que me ha turbado.

—¿Una voz? —me pregunto con cierta confusión—. ¿Una voz confinada en el metal?

No consigo entender lo que dice, ni siquiera estoy del todo seguro que sea una voz, pero, a cada momento que pasa, aumenta la certeza de que lo que percibo no es el eco atrapado de los golpes que solidificaron la energía que creó las cadenas. No, esto es diferente. Este sonido pertenece a algo o alguien que nada tiene que ver con el metal.

Me giro y me dirijo a mis compañeros:

—¡Venid!

Cuando ven cómo insisto haciendo un gesto con la mano, se levantan y se aproximan con cierta rapidez.

—¿Qué ocurre? —me pregunta Valdhuitrg nada más llegar.

—Toca la cadena —le digo.

Extrañado, pone la mano sobre el metal.

—¿Por qué quieres que la toque? —Tras un instante, cuando siente el débil repiqueteo sonoro que emana de lo más profundo del eslabón, se aproxima más e intenta averiguar qué es—. Parece... —Se calla tratando de descubrir la naturaleza del sonido.

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora