Capítulo 28 -El reencuentro de los enemigos-

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Ni siquiera el estruendo que produce el colapso del núcleo de Los Asfiuhs es capaz de ahogar mis gritos, estos emergen con tanta fuerza que casi quiebran mis cuerdas vocales. Mientras siento cómo el estallido de energía me desgarra por dentro y por fuera, pierdo la noción del tiempo. La energía me quema, me consume y a la vez me alimenta.

La fuerza de las ascuas extintas se adentra en mi ser fundiéndose de tal modo con mi alma que me cuesta diferenciar mi consciencia de la energía de ese fuego helado. Hasta que la explosión no me desintegra, hasta mis fragmentos no son empujados lejos del lugar que alimentaba el poder de las deidades oscuras, no llego a sentirme un poco yo mismo.

Aun descompuestos en millones de partículas, aun con el cuerpo y el alma diseminados por un espacio vacío que se extiende sin fin, mi consciencia pervive permitiéndome el ir retomando el control poco a poco. Sin embargo, hasta que la inercia cesa y empiezo a recomponerme, hasta que mi cuerpo y mi alma toman forma de nuevo, no logro ser dueño por completo de mi ser. Solo en ese instante vuelvo a ser verdaderamente yo.

Asimilando lo que ha pasado, cómo he consumido el núcleo de Los Asfiuhs, empiezo a prestar atención al lugar en el que me encuentro: un paraje oscuro tan solo iluminado por una lejana esfera celeste que emite una luz de un gris claro; un extraño mundo con una temperatura glacial que me fuerza a manifestar el aura negruzca y carmesí para evitar congelarme.

Mientras veo cómo mi aliento se trasforma en un vaho que desaparece lentamente fundiéndose con la atmósfera, mientras siento el vacío que impregna el lugar y el silencio que lo domina, mientras noto la ausencia de vida, pienso en mis hermanos de armas, en la guerra contra la imperfección y empiezo a caminar en busca de una fisura en este plano que me permita conectarme con el mundo de ceniza.

Sin sentirme extrañado por ello, avanzo percibiendo cómo el tiempo no existe en este paraje yermo, en este mundo sin montañas ni valles cubierto por una arena fina teñida por tonos grisáceos. Lo único que parece desafiar esa carencia es la lejana esfera que titila de vez en cuando.

No sé cuánto terreno recorro hasta detenerme, no sé cuánto he caminado hasta que he tenido la necesidad de pararme agobiado por la ausencia que proyecta este lugar, por ese sentimiento de nostalgia emitido por un vacío sin fin que quiere adueñarse de mí.

Sin darme por vencido, sin dejar que la carencia de todo que impregna este mundo profundice en mi ser y termine de inmovilizarme convirtiéndome en una estatua varada en la superficie de arena grisácea, susurro:

—No puedo rendirme... —Me observo la mano y compruebo que mi piel está descascarillada—. ¿Por qué me has empujado a este lugar? —pregunto, sabiendo que la fuerza que me otorgó su poder en el núcleo de Los Asfiuhs no podrá responderme.

Cierro los párpados, inspiro por la nariz y siento que de las ascuas extintas tan solo queda un residuo muerto que yace en el interior de mi ser, alimentándome, dándome un poder inmenso que no me sirve de nada en este paraje donde la ausencia es la dueña.

Abro los ojos, miro a mi alrededor, contemplo el paisaje inmutable que se extiende en todas direcciones y, venciendo al deseo naciente de fundirme con este mundo, reemprendo la marcha centrando mis pensamientos en la certeza de que encontraré un modo de volver al mundo de ceniza, de que lograré dejar atrás este sitio gobernado por la ausencia para combatir al lado de mis hermanos de armas.

Sin ceder ante los fuertes impulsos de darme por vencido, continúo caminando, pisando una arena que al igual que el resto del paraje empieza a llamarle para que me una a ella, para que me convierta en polvo. Los susurros de silencio del mundo, los ecos sin sonido que proyecta, resuenan dentro de mi mente sin decir nada, tan solo alcanzado lo más profundo de mi ser.

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora