Capítulo 26 -El retorno del creador caído-

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Angustiado, con el cuerpo cubierto por una sustancia viscosa que me oprime la piel, con los ojos sellados por ese material pegajoso, concentro parte de mi poder para liberar los párpados y, poco a poco, consigo separarlos y percibir tenues sombras.

Tras unos instantes, empiezo a ser consciente de lo que ha sucedido. Envuelto por esta pringue, inmovilizado, recuerdo lo que ha pasado y siento una profunda angustia por el destino de mis amigos. No sé dónde están, no sé en qué parte del núcleo del poder de Los Asfiuhs se hallan y, aunque debería preocuparme por mi estado, no puedo evitar pensar en ellos.

«Valdhuitrg... Athwolyort...».

Poco a poco, aun costándome mucho, intento alejar las emociones que me turban y trato de concentrarme en por qué me hallo inmovilizado en este extraño lugar. Mientras empiezo a ver con claridad las telarañas grisáceas y viscosas que se mantienen adheridas a mi cuerpo, mientras comienzo a percibir el intenso olor agrio que desprenden y escucho el zumbido que producen cuando intenso moverme, por un breve instante, siento una presencia que no tarda en desaparecer.

Con la mirada fija en una mesa de madera negra llena de telarañas, viendo vasos y cubiertos de metal cobrizo atrapados en las redes, me pregunto:

«¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?».

Después de unos segundos que se tornan eternos, canalizo una porción de mi poder y consigo que se derritan las telarañas que cubren mi rostro. Al mismo tiempo que siento cómo descienden por la piel de la cara convertidas en un líquido espeso, inspiro lentamente, alejo el recuerdo de la muerte de Yhasnet, muevo los ojos despacio de un lado a otro y fuerzo la visión para que me muestre más de este extraño lugar.

Con calma, canalizo gran parte del poder que anida en mi interior y lo proyecto a mis ojos hasta que quedan recubiertos con una tenue película carmesí. Cuando la fuerza de mi alma intensifica mis sentidos, soy capaz de ver qué se halla más allá de la oscuridad que envuelve casi todo lo que hay a mi alrededor. El único lugar de esta inmensa sala con algo de luz es el pilar al que estoy pegado por esta espesa y viscosa telaraña grisácea.

Aunque me gustaría destrozar mi prisión, aunque me gustaría hacerlo para empezar cuanto antes a buscar a mis amigos, no puedo más que aceptar que mis fuerzas retornarán a mí a la velocidad que marque mi ser.

—Aguantad... —susurro con la mirada fija en la oscuridad que envuelve gran parte de la estancia.

Tras un par de minutos, que me sirven para ordenar mis pensamientos, siento que dispongo de las suficientes fuerzas para materializar el aura carmesí y pulverizar las telarañas que me aprisionan, pero, justo en el momento en que intento darle forma, un escozor se propaga por mi espalda y me recuerda con mucho dolor lo que sucedió poco después de la muerte de Yhasnet.

Mientras me veo obligado a soltar un gemido, revivo el momento en que me alcanzó el haz que disparó Vhareis.

—Maldita... —mascullo con el odio propagándose por mi ser.

Pensando en la líder de los pueblos libres, en lo que se ha convertido y en cómo ha corrompido a El Cazador, con la imagen del Ghuraki incrustando la lanza en el cráneo de Yhasnet, los ojos se me humedecen a causa de la rabia.

Poseído por la ira, imbuido en parte por lo que desprende esta sala, no pongo freno a las emociones y dejo que se manifiesten en forma de un grito que se propaga con fuerza por la estancia:

—¡Maldita!

Poco a poco, los ecos de mi chillido, que ha revotado de un extremo a otro de la sala, comienzan a silenciarse y van dejando paso al sonido de unas pisadas que resuenan sobre la superficie agrietada del suelo.

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora