Antes de que podamos alcanzarla, la mujer de atuendos marrones mueve las manos, se desvanece, hace que los dobles sigan avanzando, se manifiesta en el techo y empieza a correr por él en dirección hacia los restos del cadáver de Urarlais.
Me giro, dejo que mis compañeros se enfrenten con los dobles y me dirijo hacia el otro extremo de la sala, persiguiendo a la mujer.
—No vas a tocarlo —mascullo, intensifico el aura carmesí y lanzo a Dhagul—. No lo mancillarás. —Los destellos del brillo de la espada tiñen las paredes con un fuerte rojo—. No lo permitiré.
Sin detenerse, la mujer gira la cabeza, ve que Dhagul está acercándose, mueve la mano y ralentiza el vuelo del arma. Cuando la hoja está casi a punto de tocarla, posa el dedo en la punta, la frena y se prepara para arrojarla contra mí.
—No... —suelto con la mirada fija en Dhagul, forzando la energía contenida en la espada, haciendo que explote.
La mujer pierde el equilibrio y se desvanece la fuerza o conjuro que le permite caminar por el techo. Mientras desciende, crea una plataforma de energía marrón y cae sobre ella. Apenas impacta, se pone de pie, eleva los brazos, me mira y contemplo cómo su rostro muestra como si estuviera poseída por una fuerza que se mueve más allá de la difusa línea que separa la vida de la muerte.
Sintiendo cómo su poder fluye por el suelo, notando que está a punto de emerger, vuelvo a manifestar a Dhagul, lo clavo en las losas, me apoyo en la empuñadura, hago que estalle y me elevo por la fuerza de la explosión.
Cuando me alzo unos metros, veo cómo se agrieta el suelo y cómo emergen decenas de brazos alargados y esqueléticos que hacen el amago de aferrarse al aire, tratando de cazarme.
«¿Qué eres? —me pregunto mientras redirijo la trayectoria del vuelo—. No eres una magnator, no estás conectada con la fuerza de la vida y la muerte, pero tu poder es demasiado parecido... Tu poder fluye desde ambos lados».
La mujer fija la mirada en mis ojos, me apunta con la mano, crea un disco marrón que flota a unos centímetros de su palma, hace que aumente y lo dispara contra mí.
Cuando el disco está a punto de alcanzarme, al sentir que la energía que propaga es capaz de llegar a quemar parte de mi alma, me cubro con el antebrazo, cierro los párpados y noto cómo toma forma un escudo de energía carmesí que detiene el disco y lo fragmenta en multitud de pedazos que se desvanecen con rapidez.
«¿Cómo...? —me digo sorprendido, al ver que el material del escudo se trasmuta en metal negro—. Es una parte de mí... —Observo cómo se aferran a mi brazo las cintas que me permiten sujetarlo—. Es una parte de mi alma...».
Durante el instante que estoy absorto, contemplando la manifestación de mi ser, la mujer desciende del disco marrón y corre de nuevo hacia Urarlais.
—No —digo mientras me dejo caer y hago que desaparezca el escudo—. No llegarás a sus restos.
Cierro los párpados, pienso en mí, en mi vida, en mis vidas, y noto cómo ya no estoy atado por el pasado, como me he liberado de no saber quién soy.
«Solo soy Vagalat, el niño que se crió con Adalt, el que amó a Ghelit y fue adiestrado por el maestro. —Noto cómo la energía de mi ser aumenta y abro los ojos—. Soy el que acabó con Los Ghurakis y combatió junto a hermanos y hermanas de armas».
La mujer, que siente cómo crece mi poder, se frena, me mira y crea un círculo gigante de energía marrón.
—Soy quien quiero ser —susurro.
Elevo un poco la mano, apunto con ella hacia la protección de la mujer y lanzo un haz que no solo consigue que la sala se torne roja, sino que además logra que tiemblen los cimientos de la construcción.
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Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]
Fantastik(Continuación de "El Mundo en Silencio") Tras vencer a We'ahthurg y sobrevivir a la destrucción del Mundo Ghuraki, Vagalat se encuentra flotando en el vacío en un estado casi de letargo. Sin apenas poder mover los párpados y los...