Capítulo 34 -El fuego y la resurrección-

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Escucho los gritos agónicos que se propagan desde las plantas inferiores y superiores, siento el dolor de mis compañeros del Ghoarthorg, noto cómo sus vidas se apagan y percibo cómo la construcción los devora.

Sufriendo por ellos, padeciendo porque ya es tarde para ayudarlos, trato de que su dolor no me nuble la mente, aprieto los dientes y avanzo recorriendo a paso ligero los últimos metros de esta inmensa estancia repleta de grandes estatuas que representa a Los Ancestros.

—Pagareis —mascullo, deteniéndome delante de una compuerta de metal negro, manifestando el mandoble, notando cómo se desplaza por mi brazo la energía que proviene del reino de La Nada—. Os destruiré.

Incrusto la hoja en la gran puerta, atravieso el grueso metal, proyecto la fuerza que me ha sido concedida, cierro los ojos, me imagino las inmensas estatuas de Los Ancestros partiéndose en pedazos y escucho cómo se empieza a agrietar el material que les da forma.

Mientras abro los ojos, mientras veo cómo la compuerta explota, casi como si tuviera vida propia, percibo la magnitud del poder que me ha sido ofrecido.

—La Nada... —susurro.

Despacio, bajo los brazos, hago que el mandoble se desintegre y, oyendo el estruendo que producen los fragmentos de las estatuas al impactar contra el suelo, me adentro en una pequeña sala repleta de barrotes.

Sin girarme, sin detenerme, echo la mano hacia atrás y creo una película de energía negra que cubre el hueco de la compuerta e impide que entre la polvareda que causa la destrucción de las estatuas.

Cuando alcanzo la primera fila de barrotes, me detengo y me fijo en el metal que les da forma. Sintiendo que dentro de ellos hay mucho más que una compacta aleación, acaricio uno y busco qué es lo que esconde.

Tras varios segundos en los que lo único que noto es un ligero calor en las yemas, percibo una presencia familiar y escucho dentro de mi mente:

«¿Vagalat...? ¿Eres tú...?».

Al saber quien es el que está proyectando sus pensamientos, embriagado por una fuerte emoción, con los ojos vidriosos, contesto:

«Sí, soy yo, hermano...».

Valdhuitrg, desde su prisión, vuelve a contactar conmigo:

«Después del resplandor, Athwolyort, Karthmessha y yo aparecimos delante de Los Ancestros... Manifesté todo el poder de mi llama y me enfrenté a ellos, pero una Ancestro me derrotó con facilidad... Me humilló y se rio de mis desgracias... Me recordó cada pérdida y me dijo que todo eso pasó porque así lo habían planificado... Entonces...».

Al sentir su dolor como si fuera el mío, al ver que se calla, le pregunto:

«¿Qué pasó, Valdhuitrg? ¿Qué hicieron?».

Transcurren varios segundos antes de que me responda, segundos en los que los lamentos que proyecta su alma me alcanzan y hacen que sienta su sufrimiento dentro de mí.

«Corrompieron a Karthmessha... Le nublaron la mente y la usaron para que atacara a Athwolyort... Para que le atravesara el pecho con una espada de fuego...».

Cierro los ojos, aprieto los dientes y, mientras una lágrima brota del ojo y me recorre la mejilla, prometo:

«Lo pagarán... Haremos que lo paguen... Lo juro...».

Siento cómo el sufrimiento de Valdhuitrg aumenta.

«Nada me gustaría más que arrancarles las gargantas y hacerles tragar sus burlas... Si no me hubieran convertido en ceniza, si no me hubieran atado a estos barrotes, ya estaría hundiendo mis dedos en sus cuellos...».

Los Ancestros del Silencio [La Saga del Silencio parte II]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora