Capitulo XXIII

34 6 0
                                    


Llegamos a la ventanilla abierta más cercana y esperamos a que nos atendieran.

—¿En qué puedo ayudarlas? —preguntó una señora mayor y bajita.

—Sí,  buenos días, estoy buscando a una persona y me preguntaba si es posible que exista un informe del juez de instrucción sobre su muerte —dijo Karly.

—Un momento, por favor. —Se apartó de la ventanilla y volvió con una llave—. La primera hora les costará diez dólares. A partir de ahí, son cinco dólares la hora.

—¿Diez billetes? —refunfuñó Karly hasta que le tiré el dinero—. Está bien, gracias —terminó y tomó la llave que le ofrecía la anciana.

—Vayan por este pasillo y giren por el primer pasillo a la derecha. Ahí encontrarán lo que necesitan. Hay un encargado que las ayudará si no encuentran lo que están buscando. —Sonrió y desapareció tras el grueso cristal.

—¡Me parece increíble que cobren  la hora! —dijo Karly indignada.

—Bueno, ¿cómo si no pueden asegurarse de que la gente no va a usar estas salas para quedarse a vivir? —dije con tono pragmático.

—Supongo que eso es cierto. Muy triste, pero cierto.

—Algunas personas detestan a la gente sin hogar. Da igual que en su mayoría sean inofensivos. Según he visto, lo que la gente no conoce suele darle miedo. Qué diablos, fíjate en la reacción de la gente con el tema de mi sexualidad. Ha habido gente que ha apartado a sus hijos de mí al enterarse de que soy homosexual. Es algo ridículo, dado que estamos en el siglo XXI y todo eso, pero sigue pasando.

Karly me puso el brazo en los hombros y me estrechó rápidamente.

—Lo sé..lo siento, Lo. Debe de ser horrible.

—No es peor que cuando la gente te escupe o te da una patada porque estás durmiendo en la acera. —Me detuve y respiré hondo—. Diablos, qué conversación tan alegre, ¿verdad? Espero que tengamos mejores noticias ahí dentro —dije, señalando la Sala de Historia.

Metí la llave y entré con Karly pegada a mis talones. Vi una computadora en lugar de una máquina de microfichas. Me acerqué ahí y me senté. Una mujer de gran estatura se acercó para ver si necesitábamos ayuda.

—Buenos días, señoritas. ¿Las puedo ayudar a encontrar algo? —preguntó amablemente.

—Sí, estoy buscando informes sobre una persona. ¿Me podría ayudar a encontrarlos? —pregunté.

—Por supuesto. Necesito cierta información. ¿Conoce el nombre completo de la persona que desea investigar?

—Sí, amm...se llama Camila Cabello. Supongo que... —Me callé, pues no quería decir lo siguiente—. Creo que murió en 1974. —Karly me puso las manos en los hombros y empezó a frotarlos para reconfortarme.

Siempre sabe lo que necesito.¿Como lo hace? A veces ni yo se lo que necesito.

—Muy bien, voy a abrir el programa y meter esta información y veremos qué aparece —dijo con despreocupación. Yo casi no quería saber la respuesta. Noté que estaba temblando de preocupación—. Tardará un poco. ¿Tiene más información que nos pueda servir si no aparece nada? —preguntó, y repasé en mi mente cualquier otro detalle significativo que Camila pudiera haber compartido conmigo. No se me ocurría nada más.

—Lo siento, creo que no. A ver si podemos limitarlo a mayo o junio de 1974. ¿Eso le sirve?

—Ya veremos... Ah, ya está. Sí, hubo un informe de un accidente mortal de coche ocurrido el 28 de mayo de 1974 en el que se vieron implicados Austin Carter Mahone, de 23 años, y Camila Cabello, de 21 años. —Se me puso el corazón en un puño mientras ella seguía leyendo la pantalla—. El accidente ocurrió a las 10:44 de la noche en el Parque Rogers, cerca de la Universidad de Loyola. Al parecer el señor Mahone conducía ebrio y se chocó con un coche que iba en dirección contraria, lo cual acabó con su vida y la de la pasajera, Camila Cabello.

Noté que las manos de Karly se quedaban rígidas mientras la mujer leía el informe del accidente. Yo simplemente no podía respirar.

Camz...Camila... está... está muerta.

—¿Dice si...? —Me detuve para tomar aliento—. ¿Si sufrió mucho? —conseguí decir a duras penas.

—Según los informes, el señor Mahone murió de forma instantánea, mientras que a la mujer la trasladaron en ambulancia al Hospital de la Universidad de Loyola. Murió al llegar. —Al ver mi angustia ante esta nueva información, me miró con aire compasivo—. Lo siento mucho. Debía de ser muy especial.

—Lo era —intervino Karly, sabiendo que yo no iba a poder contestar.

La mujer asintió.

—¿Querían algo más? —Me di cuenta de que no sabía muy bien qué decir.

—No, gracias, nos ha ayudado mucho. Hemos descubierto todo lo que necesitábamos —explicó Karly amablemente.

—Está bien. Si necesitan algo más, me llamo Nancy y estoy en el mostrador de información —dijo, señalando una gran mesa de mármol situada en la parte de delante de la sala.

—Gracias, Nancy —repitió Karly. Yo la miré y sólo pude asentir sin fuerzas.

Nancy se alejó y sentí que me venía abajo sin poder remediarlo. Karly me miró y me eché a llorar. Ella me abrazó por detrás.

—Lo siento muchísimo, cariño —dijo, estrechándome con fuerza.

—Se ha ido, Karly—sollocé—. No puedo creer que se haya ido de verdad.

Nos quedamos así un rato. Todavía respiraba con dificultad, pero el llanto por fin se me iba pasando. Karly aflojó su abrazo y se volvió para mirarme y secarme las lágrimas. La miré con los ojos hinchados y le hice la única pregunta que se me venía a la mente.

—¿Qué hago ahora? —dije, sollozando como una niña pequeña.

—Ahora... lo dejas en mis manos. Esto es lo que conozco mejor. Al menos, ya sabemos de donde te ha llamado.

Nunca en mi vida la había visto tan decidida y segura de sí misma. La mujer que tenía delante me había mostrado todas sus facetas salvo ésta. Por mucho que esta Karly me impresionara, también me daba miedo. Sabía mejor que nadie que no había forma de interponerse en el camino de una mujer lanzada a una misión. Esto ya no era cosa mía, era de ella. Y no se me ocurrían manos más capacitadas para mantener a salvo mi corazón.

—Vayámonos a casa —propuse. Ella me miró con un destello azul en sus ojos, hasta entonces desconocido para mi y me tomo la cara entre las manos.

—¡No! vamos a recuperar a tu otra mitad. Te lo prometo.

Nunca había oído palabras más dulces que ésas. Karly se levantó y se dirigió a la salida.

—Te sigo —dije, secándome los ojos. Me coloqué bien la gorra y fui detrás de la pequeña rubia con la esperanza de volver a encontrar a Camila.

Aguanta, Camila, voy a buscarte.

A FRIEND IN NEED (camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora