30. Esperar.

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NARRA SOFIA

—Sofia, ¿podemos hablar? —Dylan repite la misma pregunta, esperando una respuesta por mi parte, que no parece querer llegar.

Observo a Christian, quién se encuentra igual de inmóvil que yo ante esta situación. Siempre he sido partidaria del diálogo puesto que hablando todo se entiende mejor. No obstante, en estos momentos, no estoy segura de que si dialogando las cosas se vayan a aclarar o por el contrario, se pongan peor de lo que ya están.

Antes de que Dylan se me declarara, soñaba con que llegara ese momento y ahora que lo conseguí no se siente como pensaba.

—Ve, habla con él —me incita mi mejor amigo, dándome su aprobación de dejarle aquí solo.

Cierro mis ojos mientras respiro profundamente. Tarde o temprano tendré que hacerle frente al tema de Dylan así que lo mejor será que lo enfrente de una vez por todas.

—Hablemos —afirmo no muy segura.

Dylan esboza una sonrisa de oreja a oreja, a la vez que me ofrece su mano para acompañarle y salir fuera. Yo rechazo la oferta de agarrar su mano ya que no me sentiría cómoda con ello.

Él da un suspiro y comienza a caminar hacia la salida del gimnasio. Yo simplemente me limito a seguirle, con pasos torpes y jugueteando con mis dedos por los nervios.

—¿A dónde vamos? —pregunto curiosa.

—A mi habitación —responde intentando mostrarme una de sus bonitas sonrisas.

Al oírle me detengo dejando de caminar, mientras le observo confusa.

—¿A tu habitación? —repito insegura.

Él se da la vuelta mirándome con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —pregunta con un tono de voz serio y tajante— ¿Ahora no solo me intentas evitar sino que tampoco confías en mí? —Su segunda pregunta ha sonado como si le doliera que eso fuese así.

Siendo sincera no es que no me fíe de Dylan pero tampoco me agrada la idea de estar solos en su cuarto. Eso siempre es algo peligroso, tengas la edad que tengas.

Dylan se acerca a una de las taquillas del pasillo por donde estamos caminando y le pega un puñetazo, haciendo que sus nudillos sangren un poco.

Rápidamente voy hacia donde está y agarro con delicadeza su mano, observando lo que se ha hecho.

—¿Acaso estás loco? ¡Te has hecho daño! —grito reprochándole su actitud infantil e inmadura.

Él desvía su mirada, ni siquiera es capaz de mirarme directamente a los ojos. No entiendo cómo puede estar tan enfadado como para hacerse daño a él mismo.

—Te agrade o no te agrade la idea, me gustas Sofia y no creo que eso cambie de un día para otro —comienza a explicar, volviendo a mirarme a la cara—. Para todos la edad es un problema pero para mí no lo es. Mis abuelos se llevan seis años de diferencia, ¿por qué en ellos la gente lo ve como algo normal pero en nosotros no? —manifiesta con resignación.

Me quedo cabizbaja pensando en lo que ha dicho.

—Yo... —Antes de que pueda hablar, él me interrumpe.

—La gente es hipócrita, lo que ven normal en algunos, lo ven mal en otros y esto solo genera que el mundo esté tan atrasado como lo está hoy en día. Todos debemos ser libres de poder amar a la persona que queramos, sea ese amor correspondido o no y sin importar la diferencia de edad, las distintas clases sociales, que sea del mismo sexo, etc, ya que juzgar a alguien por amar a otra persona solo demuestra lo cerrada de mente que puede llegar a ser una persona, ¿no crees? —cuestiona.

Cumpliendo los catorceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora