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Tres meses pasaron antes de que Tom recuperase su constitución normal. Cuando despertó estaba muy confundido, había cosas que no recordaba con claridad y no podía hablar de manera correcta; en el hospital le dijeron que era cuestión de práctica, básicamente su sentido del habla se había atrofiado por tenerlo sin usar tanto tiempo. De hecho, incluso le costaba moverse.

Luego de que comenzara a hablar, su madre se dio cuenta de que había olvidado algunas palabras de uso común o confundía los nombres de las personas. A veces recordaba para que servían los objetos y no los nombres de los mismos. Sin embargo, el peor momento para Lucía era cuando debía llevarlo a dormir. Vivía con el miedo constante de que su hijo volviera a cerrar los ojos y esta vez no los abriera nunca más.

Ella tardó mucho tiempo en empujar lejos sus temores.

Aunque claro, no era la única que encontraba lamentable la situación del chico; los padres de Julio iban regularmente de visita, recordando la imagen de aquel muchacho que corría por el pueblo. Incluso Julio estaba pasándolo mal, aunque durante el proceso aparentó muy bien que no le importaba; sin embargo, eso no desapareció la terrible punzada en el pecho cuando un día cualquiera Tom se le quedó mirando y dijo:

—¿No eres tú el amigo de Romeo? —Su tono era tan malditamente inocente que no dejaba dudas de que hablaba en serio.

—No —Le había contestado—. Ese es mi primo, Julian —Lo más probable era que nadie notara el titubeo en su voz.

—Umm —Tom se había quedado mirando a la nada, tratando de encajar la información en los recuerdos que tenía. No es que hubiese perdido la memoria, en realidad casi todo estaba ahí, simplemente no hallaba un orden en su cabeza. La mente de Tom era como una bodega sin inventario.

Julio no tenía idea de por qué, pero se hallaba muy lastimado ante la idea de que Tom no le recordase.

Tom por su parte, estaba tan fuera de sí que podrían haberle dicho que era un conejo y él se lo habría creído.

Sin embargo, aun después de encontrar su lugar estaba muy callado, apagado como una flama en plena ventisca de invierno. Como si su carácter aun no hubiese hallado su rumbo.

—¿Quieres chocolate caliente? —le preguntó Julio el primer invierno después del accidente. Era algo realmente extraño estar tan tranquilo cerca de alguien con quien antes no habría podido cruzar una palabra sin pegarse.

—Estoy bien —contestó Tom sin despegar la vista de la ventana, apreciando las gotas de lluvia que se escurrían en el cristal y respirando el ambiente frio que le rodeaba. Él no se giró para mirar a Julio, últimamente evitaba hacerlo.

Julio no tenía idea de la razón, pero supuso que era mejor a las peleas constantes.

—Bueno, si quieres algo puedes llamarme —dijo dándose la vuelta para ir a sentarse en la mesa con sus padres.

Espérame al otro lado del abismo (LCDVR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora