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Medio año atrás Mathias se había movido de la recepción del local, al cuidado de las plantas en el invernadero junto con su madre. Aquello había dificultado la manera en que Dominik casualmente se pasaba por la tienda paseando a su perro, o fingía que andaba por la cuadra en busca de algún objeto desconocido para, según el mismo Dom, atosigarle con regalitos de mal gusto que traía de sus viajes.

Aquella era una rutina ensayada para el muchacho, quien estaba muy acostumbrado a ser un torpe que trataba de aparentar destreza, por lo que el cambio en la interacción de los dos le dejó desconcertado.

Tom y Julio, como buenos, o malos, o regulares amigos, decidieron que podían tenderle la mano a Dom y ayudarle un poquitín con el asunto del chico de las bodas. Ellos ni siquiera estaban seguros de que a Dominik realmente le gustara el muchacho, pero, sabían que era lo suficientemente importante como para que no quisiera perder su amistad.

Según se enteraron por la boca de su amigo, cada vez que Dom se acercaba al invernadero le recibía alguien más, aunque en ocasiones lograba ver su alocada cabellera rubia asomándose por las ventanas del edificio trasero. Su razonamiento le llevó a pensar que quizás el muchacho estaba enojado por alguna razón que el ignoraba, tal vez había dicho o hecho algo que le alejó; como sea, ese seminario de cerámica fue suficiente para que Dominik se decidiera; haría algo realmente impresionante, de modo que pudiese expresar unas disculpas apropiadas. Por supuesto, le hubiese gustado entregarlo él, pero tenía la sensación de que el muchacho no saldría a verle si era él quien llamaba.

El jarrón que Julio cargaba era su carta de presentación.

—¿Qué crees que haya pasado? —preguntó Tom asomándose por el portón que les guiaría al invernadero donde trabajaba Mathias.

—Ya te dije mi teoría —comentó encogiéndose de hombros—. Un pollito bonito que busca a un lobo para que se lo coma —Una sonrisa apareció en su rostro—. Un clásico.

—Usa tus dos neuronas vivas, por favor —comentó frunciendo el ceño mientras andaba apresurado hacia el lugar donde encontrarían al muchacho, para luego sonreír al hallar la mirada de aquel simpático pecoso.

Tom lo había visto en fotos muchas veces así que fue fácil de reconocer; era Mathias y se encontraba ocupado regando las plantas, parecía muy concentrado en su tarea porque apenas y reparó en la presencia de los otros dos.

Era probable que hubiese bajado la guardia en algún momento, mientras repartía abono y también puede que su llegada se diera en un horario poco común para las visitas de Dominik, porque cuando les vio, se puso todo blanco y casi salta en su lugar, sorprendido de ver extraños en el portal.

—¡Ey! —saludó Tom apresurándose a entrar, mientras los ojos de Mathias se clavaban en el andador.

El muchacho afiló la mirada, por un segundo Tom pensó que le estaba juzgando de alguna manera, pero después se dio cuenta de lo que en realidad pasaba; sus ojos examinaban concienzudamente el patrón que había dibujado Dominik.

Espérame al otro lado del abismo (LCDVR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora