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Unos días antes de la fiesta de Tom, Dominik había pasado un largo rato buscando el regalo apropiado para darle al chico; algo no muy caro, no demasiado ostentoso y que pudiera gustarle lo suficiente. Necesitaba cambiar la impresión que tenían de él y también necesitaba contener un poco sus propios sentimientos.

Si aquello hubiese pasado unas semanas antes seguro se habría tomado los siete días para crear algo único, una obra de arte, un mural, una lámpara, todo hecho a mano, increíble, grandioso, sin embargo, estaba seguro de que eso haría sentir a Tom muy incómodo, sobre todo luego de confesar en voz alta que le gustaba Julio.

No, él necesitaba salir del camino de la tercera rueda y poner un poco de espacio entre la atracción que estaba sintiendo y Tom, sin embargo, ahora tenía problemas para encontrar un regalo que no pareciese demasiado mezquino.

Afuera estaba empezando a hacer fresco, el meteorológico pronosticó un frente frío en los siguientes días, así que debía apresurarse si no quería terminar vagando en una ciudad congelada.

Bufando miró a través de los aparadores tratando de hallar algo, cualquier cosa que pudiese salvarle de una impresión indebida.

Sus ojos barrieron el paisaje urbano hasta que se detuvieron en un pequeño negocio que tenía, entre muchas otras cosas, una fila de bonsáis de diferentes especies adornados y etiquetados, acomodados en fila como si fueran un montón de diligentes soldaditos naturales.

La mirada de Dominik se quedó clavada en los diseños de las macetas, así como la combinación del material y las formas de las ramas. Hubo una planta en especial que llamó su atención, el tronco tenía la forma de una mujer y arriba había un montón de hojas y flores, era preciosa.

Una rosa del desierto.

Dominik no estaba seguro de que a Tom le gustasen las flores, de hecho, no parecía especialmente interesado en las plantas, pero sabía que aquel pequeño bonsái era perfecto; la madre de Tom tenía muchas macetas y Tom, entre las todas las veces que desayunaron juntos, le contó que le encantaba cierta saga de libros con un maguito inglés como protagonista.

Él sabía lo que diría cuando la viera: ¡Parece una mandrágora!

No era él regalo más genial del mundo, pero era justo lo que buscaba.

Sin darse cuenta sonrió metiéndose en la tienda; adentro todo era muy bonito, había diferentes muestras de arreglos florales, bajillas y una variedad de objetos a los que Dom no les prestó la más mínima atención. En su lugar se dirigió directamente al mostrador, donde el encargado se encontraba de espaldas, acomodando algunas cosas en los anaqueles de la parte de atrás.

—Disculpa. —preguntó Dominik asomándose mientras trataba de no parecer apurado.

Con toda calma el muchacho se bajó del banquito en el que estaba subido y se giró hacia él; se trataba de un chico de apariencia realmente extraña, al menos eso le pareció a Dom; tenía el pelo alborotado, rubio, casi blanco, la cara llena de pecas y los ojos café claro. Parecía amigable, sonrió inmediatamente al verle, como estuviese viendo a un viejo conocido.

Espérame al otro lado del abismo (LCDVR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora