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Julio estaba tumbado en el sillón de su casa. Era fin de semana, domingo y sin nada que hacer. Hastiado miró su teléfono, no tenía ni una sola persona con la cual salir por ahí. Él no era nuevo en la ciudad, tampoco nuevo en la universidad, pero los chicos habían comenzado a llamarle con el apodo que sus compañeros usaron con él cuándo estaba en primero de primaria: Julio el sombrío.

Recordaba que cuando era pequeño a los niños no les gustaba jugar con él, decían que era raro, que siempre estaba enojado y como era grande le tenían miedo. Todo aquello cambió cuando, comenzó a pelear con Tom, de repente los demás chicos se dieron cuenta de que no era ni la mitad de fuerte de lo que parecía y que hacía unas bromas buenísimas. Sin embargo, en esa nueva escuela no había un Tom para molestar.

Suspiró, había pasado de ser Julio el sombrío, a Jerry y ahora volvía a ser Julio el sombrío.

Apestaba. No le molestaba el mote en general, sino porque la gente se alejaba de él, por lo tanto, no tenía amigos y en consecuencia no tenía nada que hacer ese domingo en la tarde.

El tedio era el peor enemigo de Julio De La Vega.

—La gente que duerme todo el día se apesta —dijo su mamá después de verle tirado frente al ventilador durante tres horas seguidas—. Párate y anda a hacer algo de utilidad —Le regañó quitándole el cojín en el que descansaba la cabeza.

—Pero mamá, no hay nada que hacer —se quejó como un niño pequeño, acomodándose en su lugar, sin hacer amago de levantarse.

—Acabo de ver a Tom armando un rompecabezas en el corredor de su casa, anda a jugar con él, que debe de estar muy aburrido el pobre —Le pidió Graciela como cada vez que podía. La mujer se sentía muy mal por Tom, quien llevaba ya bastante tiempo aislado y le pedía a su hijo a menudo que fuera a hacerle compañía.

—Anda a jugar con él —repitió Julio en tono burlón, recibiendo como respuesta un golpe en la cabeza con el cojín.

—¡Niño grosero! ¡Que soy tu madre! —exclamó la mujer, causando que Julio lanzara un quejido. Graciela le hablaba como si tuviera cinco años y luego se quejaba cuando él se comportaba de manera infantil.

—¡Auch! ¡Déjame! No quiero ir, de todas formas, Tom no me habla —se quejó incorporándose.

—¿Cómo? ¿Se han peleado? ¡Pero si ustedes se llevan muy bien! —exclamó, era evidente que no tenía idea de lo que estaba hablando, sin embargo, Julio agradecía que sus padres se hubieran hecho de ideas equivocadas, gracias a eso había podido ir a sus anchas de una casa a otra y pasar el rato molestando a Tom.

Sin embargo, luego del incidente con Dominik, Tom había dejado de hablar con él... De manera literal, no le contestaba las preguntas, como si le hubieran cosido la boca, se la pasaba ignorándolo. Julio había intentado de todo, pero Tom no soltaba prenda.

Espérame al otro lado del abismo (LCDVR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora