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El trayecto de regreso a casa fue silencioso. Tom estaba aún muy avergonzado por lo que había pasado unos momentos antes y también se encontraba confundido por la intensidad de sus sentimientos.

Hasta ahora solo se había sentido de ese modo con la primera chica con la que salió durante la secundaria. Se llamaba Lorena, era muy seria, parecida en carácter a Juliana de La Vega y de hecho eran amigas, aunque ella fuese unos más grande que la chica.

Lorena había aceptado salir con él solo si demostraba verdadero interés en tener una relación, ella quería que conociera a sus padres y que Tom la fuera a recoger a su casa todas las mañanas para que saludara a la familia. La madre de Lorena lo adoraba, había sido su primera novia, ellos apenas tenían catorce años y todo era maravilloso, demasiado nuevo.

¿Qué cosa no lo era a esa edad?

Cuando estaba en la secundaria era la época del asombro, a su alrededor descubría cosas nuevas a cada segundo, a la fecha no había dejado de hacerlo, pero la adolescencia le daba un gusto agridulce a todo.

Hubo un tiempo en Tom que llegó a pensar que Lorena era la mujer de su vida, la única a la que podría querer, había tenido muchas primeras veces con ella, sin embargo, su romance no duró más de una estación.

Claro, en aquel entonces él creía que estar mes saliendo con alguien era un montón de tiempo, cuando una pareja cumplía un año de novios los amigos comenzaban a preparar la boda.

Eran tan ingenuos; de todas las parejas que se formaron ese año, solo una llegó a superar los doce meses.

Ahora se sentía como un tonto al recordar la depresión por la que pasó cuando Lorena terminó con él luego de que sus padres le regañaron por bajar sus notas. Ella era una chica ejemplar y no estaba dispuesta a cambiar su lugar en el cuadro de honor por un simple noviazgo. Tom había estado tan destrozado que solo salía de casa si sabía que Julio iba a andar cerca para molestarle.

Eso le hizo sentir aún más avergonzado.

Desde entonces gran parte de su mundo giraba alrededor del chico, siempre creyó que llegaría un momento en el que lo vencería de manera definitiva (¿En qué?), entonces todo iba a terminar, sin embargo, para sus adentros deseaba que aquello jamás se acabase.

Podía sonar extraño, pero Julio era una constante en su vida que no le molestaba del todo tener cerca.

—¿Quieres algo de tomar? —preguntó el muchacho, quien se había estacionado cerca de un veinticuatro horas. Mientras le hablaba, miraba por la ventana para asegurarse de que no había quedado demasiado lejos de la acera y permanecía muy serio, como de costumbre, sin embargo, Tom pudo distinguir un brillo travieso en sus ojos, como cuando estaba a punto de gastarle bromas de revancha durante sus peleas.

Aquello no le dio buena espina.

—No quiero nada —contestó girando el rostro hacia su propia ventanilla, no deseaba que Julio lo mirara más de la cuenta y tampoco quería mirarlo demasiado, aquello de desviar la vista era cuestión de vida o muerte para él.

—Un refresco entonces —dijo abriendo la guantera, inclinándose sobre Tom y rozando con el brazo el cuerpo del chico. Este no pudo más que tensarse ante la cercanía, tratando de ignórale, pero estaba poniéndose muy ansioso. Echando un pequeño vistazo casi pudo ver a Julio riéndose.

—Te digo que no quiero nada —repitió haciendo una mueca, tratando de no tartamudear mientras maldecía y bendecía el reducido espacio que había entre los dos.

Avergonzado bajó la cabeza, evitando que Julio notara como le ponía, aunque sus intentos eran vanos porque este ya era consciente de que, por alguna razón, Tom se sentía atraído hacia él y estaba amando cada segundo de eso.

Julio, sonrió, diciéndose que debía ser un buen chico y comportarse, pero aquello no se le daba del todo bien.

—Te compraré uno de naranja —contestó ignorando su comentario. Tom abrió la boca para quejarse, pero la voz no salió tan cortante como esperaba.

—No me gusta el refresco de naranja —dijo haciendo una mueca, bajando la cabeza. Luego se mordió el labio, sintiendo que le temblaban las manos, estaba aterrado por pasar un segundo más con él.

—Uno de fresa entonces —espetó. Tom no dijo nada al respecto, así que Julio tomó eso como un sí y se bajó de la camioneta para comprar.

Nada más quedarse solo en el vehículo sintió que el aire se volvía más fácil de respirar. Desde ahí podía ver a Julio perderse entre los anaqueles, las ventanas se quedaron arriba pero aun así se sentía frío.

Tom se sopló las manos, no estaba seguro de que un refresco fuera la bebida adecuada, pero recordaba que Julio no era una persona especialmente friolenta. Abochornado recordó cómo le había lanzado al lago alguna vez a inicios de invierno, al chico le castañeaban los dientes mientras Tom se burlaba de él.

Ahora se arrepentía de haber sido tan idiota, pero en su defensa Julio siempre le había seguido el juego, metiendo basura en su mochila, cortándole el cabello o tirándole un bote de pintura encima. Suspiró cuando vio a Julio regresar.

El chico abrió la puerta acomodándose en su lugar, luego sacó la lata de refresco para dárselo. Tom se mordió el interior de la mejilla aceptando el ofrecimiento.

Cuando tomó la lata los dedos de Julio rozaron los suyos y casi la deja caer.

—Cuidado —el muchacho le miró mientras una mueca de autosuficiencia adornaba su rostro—. Si se cae va a agitarse —él tomó la mano de Tom y la colocó sobre la lata de modo de que la sostuviera correctamente. Tom se quedó en silencio, sintiendo que de repente no era capaz de hacer otra cosa aparte de mirarle como un idiota.

Julio se rio, soltándole y encendiendo la camioneta. Antes de arrancar se inclinó hacia su compañero logrando que este se sobresaltara en su lugar de manera violenta. Pero Julio no pareció reaccionar en consecuencia, el simplemente permaneció un par de segundos de ese modo antes de jalar el cinturón de seguridad y colocárselo.

La cara de Tom estaba blanca del susto, temblaba y tenía ganas de darle un golpe por hacer cosas tan repentinas, pero permaneció en silencio, tratando de no delatarse.

—Si no te pones el cinturón podrían multarme—comentó encogiéndose de hombros.

Tom resopló frunciendo el ceño, tratando de recordarse que hace un rato Julio estaba besándose con una enfermera súper sexy, sin embargo, para su pesar, lo único que tenía presente era el toque de sus dedos, el calor de su cercanía y la sonrisa tan bonita que llevaba en los labios.


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Espérame al otro lado del abismo (LCDVR #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora