2: Los Refugiados

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Mire las botas y el vestido blanco por un breve momento, las ganas de no querer salir de esta habitación eran tan fuertes como el deseo de venganza que sentía, pero finalmente me levante, asentando lentamente la pierna mala, camine hasta el baño, viendo un pequeño lavabo y un inodoro, rústicos, antiguos, me sorprendió ver un espejo, no pude evitar ver mis facciones, el brillo característico de los dioses se había opacado, mis ojos dorados estaban más opacos, casi cafés, mi cabello marrón mas desordenado, la estética sobrehumana había desaparecido, lleve mis manos al agua y moje mi cara.

No ganaba nada pensando en lo que ya no era, no podía encadenarme a lo que fui, ahogue un gemido cuando me puse la bota, el vestido me quedaba algo suelto pero agradecí que las botas fueran de mi talla.

Me levante y alise el vestido, me volví hacia la ventana viendo el sol salir por el horizonte. Supuse que en este pueblo las personas eran madrugadoras, asi como en la antigüedad, ver a las personas movilizarse, sus sombras en la tierra por la salida del sol, me trajo añoranza, al recordar los tiempos antiguos. Al recordare a un naciente Grecia en los albores del desarrollo.

Recodé a una Eris más joven, vagando por las calles de la Atlántida, siempre caminando hacia el mismo final, en paz con todos mis hermanos.

Sacudí la cabeza, borrando cualquier recuerdo, borrando cualquier sentimiento respecto a ello. Cojeando salí de la habitación, directamente a un pequeño salón, baje las gradas más lento de lo que esperaba directamente hacia una cocina comedor.

Olí el guiso y mi estomago gruño, tenía que aprender a controlar estas reacciones humanas, las necesidades que eran vagas para mí ahora se convertían en una constante alerta, el dolor, los sentimientos, el hambre, tenía que ocuparme de ello. Levante la vista cuando oí una garganta aclararse, una señora mayor estaba sentada en una mecedora, mirándome con desconfianza.

—Que haces aquí Diosa

Inmediatamente reconocí el griego antiguo, me mordí en labio, dudando, ¿debería responderle o no? ¿Una humana debería saber esa clase de idioma perdido o no? Pero el ceño fruncido se acentuó en su cara, suspire claramente sin opciones.

—Estoy huyendo.

La anciana se quedo en silencio, aproveche ese momento para caminar hasta la puerta.

—No traigas el caos a esta pequeña aldea, tu raza ya nos hizo demasiado.

Apreté con fuerza el marco de la puerta, me gire a verla con el rostro impasible.

—No me quedare lo suficiente para hacerlo.

Abrí la puerta y salí al exterior, el olor a tierra y humedad me inundo, personas trabajando laboriosamente por donde mirara, tome un suspiro y me encamine hacia el exterior, tocando cautelosamente el anillo en mi mano.

Tenía que tener cuidado al consumir lo que me quedaba de energía, no poseía el mismo poder, no estaba en el inframundo como para que aumentara, tenía que sobrevivir de alguna manera y si me encontraba con uno de mis hermanos. Estaría muerta.

Dejar esta aldea, tenia tambien sus puntos malos, en este momento podía descansar tranquilamente puesto que la energía de los humanos opacaba lo poco que quedaba de la mía. Dejarla significaba volver a ser un punto rojo en el radar de Hera, dejarla significaba constante peligro. Aun así no tenía otra opción.

Necesitaba irme. Y…

—Ya estas lista. —levante la vista hacia Helena, con su mirada sonriente cargando un balde de agua—, necesito que me ayudes con los cultivos si no te importa.

Asentí lentamente, caminando detrás de Helena lo más rápido que un pie lastimado me permitía.

—¿Desde cuando vives en este lugar?

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