La vida es una mierda ¿alguien se los ha dicho?
Seguramente aquí saltarán los optimistas indomables, defensores de los unicornios y arcoíris, diciendo que "nada es tan malo" y que "todo puede mejorar". Bien, déjenme contarles un secreto: nada puede mejorar si ya estás muerta.
Y no me refiero a muerta en el filosófico sentido del que todo me sale mal y solo veo oscuridad en mi vida. De hecho, aquí hay luz. Demasiada luz.
Estoy hablando de cuando tu corazón literalmente deja de latir y los médicos del hospital, que ni siquiera se dignaron a aprender tu nombre, dicen algo como "hora de la muerte, 15:30" y anotan todos los datos en una planilla que pasará a acumularse junto con otras cientos de planillas en la morgue más cercana o donde sea que las guardan.
Mi nombre es Bianca Cohen y estoy muerta.
¿Qué cómo lo sé? Tal vez el hecho de que esté viendo mi ataúd en este exacto momento sea un buen indicio.
Macabro, lo sé, pero es lo que hay.
Nunca habíamos sido personas imprudentes. Está bien, está bien, admito que Cami nunca había sido un persona imprudente. Y estando con la Señorita Responsabilidad, solíamos pensar que nada malo podía pasarnos.
Creo que el error de cálculo de la noche del viernes 2 de octubre se debió al hecho de que Camila no estaba con nosotros.
Si Camila hubiera accedido a ir con nosotros a la fiesta en lugar de quedarse estudiando, posiblemente hubiera conducido en lugar de Lucas. Si hubiera conducido en el lugar de Lucas nos hubiera chillado para que nos pusiéramos los cinturones de seguridad y hubiera puesto extra atención en la avenida 33. Si Cami hubiera estado conduciendo, hubiéramos vuelto veinte minutos más temprano y nunca nos habríamos cruzado con el camión que nos había atropellado. Y, en caso que hubiéramos chocado, yo hubiera tenido puesto mi cinturón de seguridad y no habría terminado atravesando los cristales delanteros con mi enorme cabezota. Y, posiblemente, no hubiera muerto.
No soy la única que se plantea todos esos hubiera. Camila también lo hace, con los labios apretados y las lágrimas cayendo de sus ojos mientras estruja su típico pañuelito de tela entre sus manos.
Mi madre lanza un grito desgarrador mientras el cajón que contiene mi cuerpo se hunde en la tierra y mi padre lucha por no desmoronarse también con ella. Todos apartan los ojos de la desgarradora escena, excepto Cami. Sus ojos chocolate siguen el recorrido de la que alguna vez fui yo hasta que desaparezco totalmente. Solo entonces se acerca a mis padres, la primera en atreverse, los abraza con fuerza y se marcha como si nunca hubiera visto lo que había visto, como si no deseara estar en mi lugar en este exacto momento.
A pesar de su timidez, siempre ha sido condenadamente valiente. Y la vida es una mierda al obligarla a probar su valentía, dejándola sola en un momento como este.
—Ya es hora —susurra Gabriel a mi lado. Su voz es tan inexpresiva como su rostro. Un rostro hermoso, como el de los ángeles que los pintores del Renacimiento les encantaba retratar, pero sin ese rastro de humanidad que debería caracterizarlos.
No tengo ganas de irme. Siento que, si me marcho ahora, estaría aceptando definitivamente mi muerte. ¿Y quién está preparado para aceptar su propia muerte? Nadie que yo conozca, al menos.
Pero no parece que tenga opción. No entendí muy bien todo lo que me explicaron al despertar, pero creo que era para eso la reunión que vendría a continuación. O algo así era lo que había dicho Gabriel. También había dicho que las cosas me quedarían más claras luego del entierro.
Nada está más claro ahora.
El cielo se hace gris y el viento parece susurrar mi nombre mientras desaparecemos de allí.
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Las alas de un ángel
FantasyBianca ha muerto en un trágico accidente, pero no está gozando de las bendiciones del paraíso precisamente. Un muchacho que aparenta su edad y se hace llamar Gabriel, le dice que ha sido elegida para formar parte de los selectos ángeles guardianes...