21.

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Alex miró el cartel luminoso en donde se leía el nombre de “BACK”, el club al que su prima había decidido arrastrarla esa noche. Otra vez había mentido a sus padres, diciendo que iría a casa de una amiga de Marisa a estudiar, pero poco le importaba ya. Era la tercera vez en la semana que se escabullía, dejando encantada a su prima por el entusiasmo que demostraba. No, entusiasmo no, euforia. La euforia que le producía los vasos de alcohol, los cuerpos amontonados, la música a último volumen, todo aquello que le recordaba a su yo de antes, todo aquello que la ayudaba a evitar pensar en el accidente. La adrenalina de desafiar a sus padres y hacer algo ilegal era más fuerte que las pesadillas y los ataques de ansiedad. Aunque también podría decirse que las pesadillas habían desaparecido gracias a las pocas horas de sueño que realmente había podido conseguir en los últimos días.

—¡Vamos a pasarla en grande, primita! —gritó Marisa sobre la estruendosa música, abriéndose paso a Back. Uno de los tantos “amigos” de Mar trabajaba allí, lo que les había conseguido un pase libre a pesar de ser claramente menores de edad. Aunque nadie lo hubiera adivinado con el maquillaje y los tacones que llevaban ese día.

La cantidad de gente que se arremolinaba a su alrededor apenas si la dejaba respirar. Alexandra pensó que sufriría otro ataque de pánico allí mismo, dejándola indefensa frente a aquella multitud de desconocidos que nada haría por ayudarla. Por unos segundos, sus ojos se llenaron de lágrimas y estuvo a punto de rogarle a su prima que se detuviera, que dieran marcha atrás y regresaran a casa a ver una película o simplemente dormir.

Pero ya era demasiado tarde. Habían llegado al vestíbulo sin que Alexandra ni siquiera fuera capaz de registrar el momento en que el enorme guardia de seguridad las había dejado pasar sin darles una segunda mirada, y Marisa ya daba saltitos a su alrededor, mientras la miraba expectantemente.

—¿Qué? —preguntó Alex casi bruscamente, sin entender que quería su prima.

Marisa rodó los ojos con hastío, antes de tirar de la cartera que Alex sostenía firmemente en sus manos.

—Necesitamos pagar, bobita —respondió la menor de las muchachas, sacando una cantidad absurda de dinero y extendiéndosela a la chica de las entradas con una sonrisa—. Solo relájate, Lex, ¿quieres? —le espetó Marisa una vez que hubieran entrado al club en sí, antes de volver a sonreír como si nada hubiera sucedido.

Alex tomó una larga respiración, obligándose mentalmente a relajarse, tal y como le había solicitado su prima.

Había ido allí a divertirse, lejos de la sobreprotección de sus padres y la preocupación de sus amigos, y eso era lo que precisamente pensaba hacer, sin imaginar que estos últimos estaban más cerca de lo que parecía.

...

Camila iba sentada en el asiento trasero del viejo Falcon de Julián, con los brazos cruzados y el ceño fruncido, luciendo un aspecto de refunfuñada. Mientras que Julián parecía extremadamente divertido con la situación, Lucas no podía evitar rodar los ojos ante la actitud infantil de su amiga. Ni siquiera había hecho el amague de saludar a su primo con algo más que un frío “hola” antes de meterse en el auto y negarse a dirigirles la palabra en todo el camino.

Por un lado, Lucas no podía culparla. Julián y Camila habían sido compañeros en la primaria, y el muchacho no había sido especialmente amable con ella. La cerebrito de la clase siempre había sido el principal blanco de bromas de Julián y sus amigos gamberros, haciendo sus primeros seis años de escuela, casi un infierno. Camila cambió en su primer año de preparatoria, cuando Alexandra le enseñó a defenderse de los bravucones, creando lo que ellos llamaban “el monstruo lengua venenosa” que era Cami con sus enemigos. Lucas nunca había conocido a una persona con respuestas más ingeniosas a las burlas que Camila, ni siquiera Bianca, que era considerada la reina del sarcasmo.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora