26.

40 10 3
                                    

Bianca

En el momento que Tomás se subió a ese ring, sentí que ya no había vuelta atrás. Fue ese presentimiento, ese sexto sentido que parecía haber desarrollado después de mi muerte y que permitía anticipar desastres me lo dijo.

De todas formas, lo intenté, de verdad intente detenerlo. Grité. Grité tanto que me hubiera quedado sin aire de haber estado viva y lloré como si no hubiera mañana. Incluso rogué. Le rogué a Tomás que se bajara de allí, a Camila y a Lucas que acudieran a ayudarlo, pero no me escuchaban. Ya nadie podía escucharme, solo Gabriel, que me miró con una compasión infinita, antes de tomar mi mano casi con dulzura, obligándome a mirarlo.

-Lo siento, Bianca, pero tenemos que irnos -dijo, haciendo caso omiso al caos que se desarrollaba a nuestro alrededor-. Nos llaman.

Las lágrimas se escurrían en mi cara, mientras luchaba contra el agarre de Gabriel, pero él no me dejó ir.

Cuando sentí el primer puñetazo contra el rostro de mi amigo, supe que había fallado. Había fallado miserablemente en salvar a una de las pocas personas que me importaban y ya no estaba segura de si esta vez sería capaz de remediarlo.

Antes de que pudiera ver a Tomás desmayarse sobre el ring, Gabriel nos sacó de allí.

-Quiero volver. Necesito volver -le reclamé en cuanto reconocí la sala donde había despertado luego de mi muerte.

-No puedes -dijo Gabriel, evitando mirarme-. No podemos. Es demasiado tarde.

Tarde. Tarde. Tarde.

La palabra retumbaba en mis oídos, pero me negaba a aceptarlo.

-¡No es demasiado tarde! ¡Nunca lo es! -grité, parandome frente a él, obligandolo a mirarme.

-A veces lo es. A veces ya no hay nada que hacer, incluso cuando lo deseas con todas tus fuerzas -pude ver en sus ojos una eternidad de tristezas, pero mi propio dolor no me dejaba percibir el suyo.

-No lo entiendes, Tomás... -quise insistir, pero el ángel me interrumpió bruscamente.

-Por supuesto que lo entiendo, Bianca. Llevo más de mil años aquí, ¿no crees que he pasado por esto antes? -podía sentir la impotencia en su voz, pero fue algo en sus ojos lo que me obligó a preguntar, incluso cuando creía conocer la respuesta.

-¿A quién? ¿Quién fue la última persona que no pudiste salvar?

El dolor en su mirada dorada se acentuó cuando finalmente clavó sus ojos en los míos.

-Tú. Fuiste tú.

Y entonces, como si despertara de un largo sueño, lo recordé.

Recordé el chico que se me acercó en la fiesta, la noche del accidente. Sus cabellos dorados, sus ojos azules brillando con picardía, lo único que no encajaba a la perfección en el rostro del ángel frente a mí.

Recordé al chico que intentó invitarme a bailar, justo cuando Lucas decidió que quería volver a casa. Al que intentó que me quedara unos minutos más en la fiesta, pero al que ignoré tan deliberadamente.

No había querido escucharlo, a él, a Gabriel, mi ángel guardián, así como Tomás no había querido escucharme a mí.

Me encontraba en shock, incapaz de reaccionar. Quería rabiar, gritar, llorar, todo al mismo tiempo. Me sentía tan perdida. Tan vacía.

Ni siquiera noté que Gabriel había acortado la distancia entre nosotros hasta que sentí sus dedos entrelanzadose con los míos. Por un instante, estuve tentada de empujarlo lejos y salir de allí, a algún lugar donde pudiera estar sola y pensar.

Pero al sentir la calidez de su piel, me di cuenta que estaba cansada de estar sola. Que en ese momento, lo último que necesitaba era estar sola.

Así que me aferré a su mano con más fuerza, como si fuera un salvavidas en el medio del océano, mientras el mundo a mi alrededor se caía a pedazos.

Fin de la tercera parte. Mucho drama por venir.
En multimedia hay otro modelo de portada, ¿les gusta más el actual o ese que subí en este capítulo?
Como siempre, gracias por el apoyo a esta historia.
¡Hasta el próximo!

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora