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Las paredes de la habitación eran blancas, tan blancas como las sábanas que rodeaban el cuerpo de Alexandra y la bata de hospital que le obligaban a usar.

Alex siempre había odiado el blanco. Hacía su piel extremadamente pálida, resaltando aún más su peculiar cabello pelirrojo de una forma que le hacía parecer casi un fantasma.

"Ahora seguramente me veo cómo uno", pensó, mientras sus ojos cafés seguían la trayectoria del conjunto de cicatrices blancas que rodeaban sus brazos y se perdían bajo la bata.

Sintió como Camila se removía nerviosa en la silla frente a su cama, pero Alexandra resistió el impulso de mirarla. Sabía que si lo hacía, Camila empezaría a hablar como una cotorra y Alexandra no estaba de humor para soportarla. Ya suficiente le palpitaba la cabeza incluso cuando recibía una dosis diaria de narcóticos para calmar su dolor.

Pero había dolores que ni todos los analgésicos del mundo podían curar.

Camila pareció ver algún cambio en ella ante ese pensamiento, porque automáticamente extendió su mano en busca de aferrarse a la suya.

—Alex —empezó a decir la muchacha de cabellos oscuros, antes de que la puerta fuera abierta bruscamente.

—El horario de visitas terminó.

Cami volteó los ojos en dirección a la enfermera que la había interrumpido, antes de volver su mirada a su mejor amiga. Camila abrió y cerró la boca un par de veces, buscando que decir, pero Alexandra había vuelto a encerrarse en sí misma.

—De acuerdo. Yo... —balbuceó la muchacha, levantándose de la silla —. Volveré mañana, Lexi, lo prometo.

Alexandra sintió el peso de la mirada de Camila sobre ella, pero se negó a despegar los ojos de la ventana, incluso cuando escuchó a Camila suspirar con resignación, antes de dejarla a solas con la enfermera que traía sus medicinas.

Llevaba casi una semana sin hablar, porque la única persona con la que quería hablar estaba muerta.

—Aquí tienes, Alexandra —dijo la mujer, extendiéndole un par de pastillas blancas que Lex tragó con dificultad.

Llevaba casi una semana sintiendo un dolor en el pecho que ninguna medicina podía curar, porque Bianca no iba a regresar.




—El hospital tiene un grupo de apoyo muy bueno, señora Martin. Creo que sería conveniente que Alexandra asista junto a sus sesiones privadas. Muchas veces, ver y escuchar acerca de cómo otros han superado problemas nos ayudan a nosotros también.

María Martin asintió a lo que la psicóloga Contreras había dicho. La madre de Camila Gerard, una de las amigas de su hija, se lo había recomendado luego de que el médico comentara que su hija debería asistir a unas cuantas sesiones para hablar del accidente. Lucas Fuentes, quien había estado conduciendo el día del accidente, había estado yendo prácticamente desde el día después del mismo.

Los padres de Alexandra se despidieron de la psicóloga, antes de encontrarse con su hija en el pasillo. Esta parecía sumergida en su propio mundo, con los auriculares puestos y la mirada fija en uno de los cuadros de arte abstracto que colocaban de la pared opuesta a ella.

María no sabía qué la preocupaba más: verla alterada o anormalmente tranquila.

—¿Ya podemos irnos? —preguntó Alexandra con brusquedad, en cuanto los vio salir. Había despertado hacia dos semanas, pero solo la habían dejado salir del hospital hacia una.

La semana que había estado en cama, era casi como si hubiera seguido durmiendo. No hablaba, no lloraba, apenas si comía. Estaba en un estado de shock, habían dicho los médicos. Un estado de shock del que solo había salido cuando llegó a su casa, quiso llamar a Bianca y se dio cuenta que ya no estaba.

Que ya nunca iba a volver.

Las primeras tres noches lloró como loca. Ni su madre ni su hermana sabían qué hacer para tranquilizarla. Ni Camila, que cuando la vio, lloró tan desconsoladamente como ella. Lloró hasta que se le secaron las lágrimas. Y cuando se le secaron las lágrimas, fue que apareció la ira.

A su lado, pero sin ser vista, Bianca pensaba en lo mucho que Alexandra había cambiado. Era ella la que solía explotar de rabia de vez en cuando. Incluso Camila había levantado la voz más veces que Alexandra. La extrovertida y siempre alegre Alexandra, se había transformado en una fuente constante de ira.

—No quiero ir —respondió Alexandra sin mirar a sus padres, mientras volvían a casa en su auto.

El padre de Alex conducía a la velocidad más baja permitida. Aún recordaba el día que habían salido del hospital, los ojos desorbitados de su hija al sentir el movimiento del vehículo.

La psicóloga había dicho que era normal, que lo superaría, pero hasta entonces...

—Irás —replicó su padre—. Y no pondremos esto a discusión, Alex.

La joven estuvo a punto de replicar, pero la voz de su madre la interrumpió antes de que lo hiciera.

—Irás unas cuantas sesiones, Alex. Un par. Si luego de eso no te convence, hablaremos con la doctora Contreras, ¿te parece? —María siempre había tenido una manera peculiar de decir las cosas, capaz de convencer a su marido y a sus hijas, por muy tercos que estos fueran. Por eso fue que el Josep Martin no se sorprendió demasiado cuando vio a través del espejo retrovisor a Alex asentir.

—De acuerdo.

Bianca sonrió al escuchar la respuesta de su amiga. Realmente esperaba que esas reuniones grupales ayudaran a Alex como ella ya no podía hacerlo.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora