Ahora que lo pensaba con calma, Alexandra no estaba segura de que fuera una muy buena idea.
Le había dicho a su prima Marisa que quería salir y divertirse. Carlos tenía razón; Bianca no hubiera querido que se pasara las horas amargada, queriendo golpear a todo el mundo y, sobre todo, a sí misma.
Debería haber previsto que llamar a Marisa no iba a ser la mejor de las ideas.
—¡Relájate, Alex! ¡Querías diversión y aquí la tendremos! —estaban en la fila de entrada de Inferno, un popular club dentro de la ciudad. Era sábado en la noche, lo que significaba que la fila era eterna, pero a Marisa parecía no importarle tanto tener que esperar.
Obviamente su madre no tenía idea de a dónde habían ido. María Martin pensaba que ella y Marisa irían al centro comercial, verían una película y luego dormirían en la casa de la mejor amiga de su prima, Irene. Al parecer, María no conocía a su sobrina lo suficiente, ya que ambas se encontraban en la punta opuesta del lugar donde se alzaba el centro comercial, con vestidos miniaturas y esperando en la puerta de un pub que se suponía era más veintiuno. Alexandra dudaba que fuera a ser muy regañada si sus padres la descubrían ahí; habían sido excesivamente condescendientes desde el accidente. Pero su tío Jorge, el padre de Marisa, sería una historia muy diferente.
—¡Al fin! —exclamó su prima en cuanto llegaron a la entrada. Sorprendentemente, ninguno de los gorilas que la custodiaban se molestaron en verificar las identificaciones que obviamente no tenían. Posiblemente la cantidad abrumadora de gente que frecuentaba el club esa noche los había dejado algo despistados.
Compraron sus entradas antes de que la pista principal les diera la bienvenida. Pero la acumulación de gente empujándose unas a otras hizo retroceder a Alex, repentinamente asustada.
Siempre había amado las fiestas. Antaño, solía acompañar a Marisa a cada una de sus noches de locura, arrastrando a una dispuesta Bianca con ellas muy frecuentemente. Pero lo único que le provocaban ahora la oscuridad, la música y las personas destilando alcohol, eran recuerdos que le hubiera gustado arrancarse de la cabeza de haber sido posible.
Alex sintió al aire escapar de sus pulmones y a su corazón acelerarse más de lo que era conveniente. Sus pupilas se dilataron con terror y todo empezó a darle vueltas alrededor, mientras luchaba por respirar. No lo sabía en ese entonces, pero estaba sufriendo un ataque de pánico, el primero de tantos.
Ignorando lo que le sucedía a su prima, Marisa la miró con fastidio, antes de jalar de su brazo en dirección al baño.
—¡Compórtate, Alex! ¿Qué crees que estás haciendo? —le reclamó una vez que se encerraron en los aseos femeninos, lejos del estruendo de la fiesta.
El ambiente más tranquilo del baño, junto con la mejor iluminación, parecieron calmar un poco a Alexandra.
—Yo… no lo sé —dudó, sentándose en el sillón que habían dispuesto en el lugar. Era un baño bonito, grande, con espejos en todas partes que reflejaron la palidez que había asaltado a la mayor de las primas Martin—. Creo que me maree por un momento.
—Eso porque no te alimentas bien —le reprochó su prima, retocando su lápiz labial. Irene y Sofía, amigas de Marisa, entraron en ese momento al baño, cansadas de esperarlas afuera.
—Ve con tus amigas —le dijo Alexandra, aún sentada en el sillón—. Yo… las alcanzaré luego.
—¿Segura? —preguntó Marisa, un poco desconfiada de dejar a su prima sola. Pero esta insistió en que estaría bien, por lo que finalmente Marisa terminó abandonando el baño con sus amigas como séquito.
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Las alas de un ángel
FantasyBianca ha muerto en un trágico accidente, pero no está gozando de las bendiciones del paraíso precisamente. Un muchacho que aparenta su edad y se hace llamar Gabriel, le dice que ha sido elegida para formar parte de los selectos ángeles guardianes...