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Luego de pagarle al taxista, Tomás se quedó en la vereda mirando fijamente el cartel del famoso club Back durante lo que le pareció una eternidad, haciendo hasta lo imposible por ignorar a Bianca y sus reproches.

Estaba cansado. Solo necesitaba relajarse un poco y pelear lo ayudaba a no pensar. ¿Tanto le costaba a ella entenderlo? Incluso había llegado a la idea de prometerse a sí mismo y a su amiga que esa sería la última vez. La voz de su conciencia, que lo sorprendió al verificar que aún se encontraba allí después de tanto tiempo, le susurraba que Bianca tenía algo de razón. No podía seguir por ese camino. Desde el comienzo nunca quiso terminar como uno de los tantos adictos que había visto pulular en aquel ambiente o muerto en algún callejón por pelear con alguien con quien no debía. Había llegado allí en busca de un escape, pero había caído en la realización que no podía escapar ya. No de esa forma al menos. Ya venía siendo hora de pelear contra sus propios problemas en lugar de algún desconocido.

—¡Tommy! ¡Mi amigo! ¡Pensé que ya no vendrías esta noche! —Javier, un hombre de mediana edad con una barriga redonda y una incipiente pelada, que era uno de los tantos que manejaba aquel negocio de las peleas clandestinas y afines, se acercó a él para darle una palmada en la espalda, antes de guiarlo a la calle adyacente al club, con una sonrisa que a Tomás en aquel momento se le antojó macabra—. Supongo que pelearas esta noche, ¿no es así? Hay un par de novatos que quieren probar suerte y parecen dinero bastante fácil, ¿qué dices?

—¿Novatos, Javier? Sabes que puedo hacerlo mejor que eso —respondió el muchacho.

—¿Tan confiado te sientes, chico? —cuestionó Javier, evaluandolo con la mirada—. De acuerdo, te buscaré algún peso pesado. Pero no me decepciones, ¿eh, chico?

Tomás negó con la cabeza, antes de que Javier lo soltara para adentrarse al club.

Tomás se asomó por la ventana de la cabina del DJ, estratégicamente ubicada a una altura considerable del piso, desde donde se podía observar cada rincón de la pista.

—Uau —exclamó al ver los cuerpos danzantes a sus pies—. No me esperaba tal audiencia —dijo dando un silbido largo. El club Back se encontraba casi tan lleno como Inferno un sábado en la noche, cosa que sorprendió al chico, ya que el lugar no tenía muy buena fama. Era increíble ya que hubiera fila en la entrada, no se esperaba para nada ver tanta gente amontonándose allí, bailando como podían.

—Sí —respondió Javier, sonriendo de medio lado, admirando la multitud junto a él—. Las peleas empiezan a hacerse populares, muchacho. Muchos están aquí para verte.

Tomás estuvo a punto de comentar, lo más delicadamente que podía, su idea de que esa era precisamente su noche de despedida, cuando sus ojos se clavaron en una conocida figura que se movía entre la gente.

“Solo Camila Gerard es capaz de venir a un lugar como este de zapatillas”, pensó. Efectivamente, si no fuera porque Camila era precisamente la única persona en la tierra que saldría a bailar tan mal vestida, Tomás hubiera jurado que era solo una chica que se le parecía mucho.

Su ropa no estaba tan mal. De hecho, sus piernas se veían bastante bien con el diminuto short negro que traía y su blusa roja resaltaba aún más su pálida piel y su cabello negro, que llevaba suelto como Tomás no lo veía hace mucho tiempo. Pero sus pies en lugar de estar enfundados de unos kilométricos tacos como todas las chicas a su alrededor, llevaban sus fieles Vans negras.

A pesar del hecho de que Camila no debía enterarse de su presencia allí, un desesperado deseo de bajar allí y hacerle compañía, después de cuestionarle qué la había llevado a Back un jueves por la noche, se apoderaron de Tomás, que estuvo a punto de cumplirlo.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora