11.
Bianca—¡AHHHHH! —Tomás pegó su espalda al sofá lo más que pudo, tratando de poner distancia entre él y yo. Me miraba fijamente, tartamudeando cosas inentendibles, haciendo que intercambiara una mirada sorprendida con Gabriel.
—¿Qué está sucediendo? —le susurré, clavando mis ojos azules en los verdes de mi amigo. Gabriel abrió la boca para responder, pero la voz trémula de Tomás lo interrumpió.
—¿Bianca?
Deberían ver mi rostro en ese momento. Juro que debió ser todo un poema. Mi barbilla pareció caer en cámara lenta, mientras mis ojos se agrandaban tanto como los de Tomás, mientras mi cerebro luchaba por comprender qué estaba sucediendo.
Tomás podía verme. Era evidente que podía verme, tal vez incluso escucharme. No sabría decirles quién estaba más sorprendido por ese descubrimiento: si él o yo.De repente Tomás apartó la vista de donde yo estaba parada, cerrando los ojos con fuerza y apretándose la frente con los puños.
—No, no, no, no —murmuró apesumbrado—. Es solo una alucinación, Tommy, una puta alucinación porque no eres capaz de controlarte con las copas que tomas.
—Bueno, es evidente que no puedes controlarte —le espeté con sarcasmo, recordando el deplorable aspecto que había presentado la noche anterior, y eso que ni siquiera se había metido una de esa asquerosas pastillas que su supuesto “amigo” le había dado en otras ocasiones—. Pero tú y yo sabemos que el alcohol no causa alucinaciones —agregué con una sonrisa macabramente satisfactoria en mi rostro.Ya sabía lo que tenía que hacer: asustar a Tomás lo suficiente para que nunca se atreviera a volver a consumir esas sustancias asquerosas que terminarían por matarlo. Gabriel pareció adivinar mi estrategia, porque me susurró desaprobatoriamente:
—Esta no es la manera, Bianca.
Obviamente, lo ignoré.
—Entonces, entonces… —volvió a tartamudear, atreviéndose a echarme un vistazo nuevamente—. ¿Estoy muerto? Eso es, ¿verdad? Es por eso que puedo verte. Mierda. Mierda, mierda, mierda…
—Bueno… —empecé, sin saber muy bien qué decir. Podría hacerle creer que estaba muerto por unos minutos y luego decirle la verdad y dejarlo con una advertencia, pero ni siquiera mi humor era tan negro.
Además, entre la mirada de reproche de Gabriel y las lágrimas que empezaban a acumularse en los ojos de Tomás, no me atreví a decir tal mentira.
—No, no estás muerto —contestó finalmente—. Ni alucinando. Lo juro. Pero tampoco tengo idea de porqué tú puedes verme y los demás no. Y por qué solo puedes verme ahora y antes no.
Indirectamente le estaba haciendo esas preguntas a Gabriel. Si alguien sabía qué rayos estaba sucediendo, ese era el ángel a mi lado.
Sin embargo, él solo se encogió de hombros despreocupadamente.
—Algunas personas, cuando más lo necesitan, son capaces de comunicarse con sus ángeles de la guarda de forma… física. Obviamente ellos nunca saben que hablaron o vieron un ángel.
—¿Pero ya ha sucedido otras veces? —le pregunté, encarnando una ceja mientras evaluaba la situación.
—¿Qué ha sucedido otras veces? —interrumpió Tomás, sin dejar de mirarme con sorpresa. Pobre, si yo estuviera en la misma situación posiblemente habría muerto del susto.
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Las alas de un ángel
FantasyBianca ha muerto en un trágico accidente, pero no está gozando de las bendiciones del paraíso precisamente. Un muchacho que aparenta su edad y se hace llamar Gabriel, le dice que ha sido elegida para formar parte de los selectos ángeles guardianes...