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Bianca

Camila se había asegurado de hacerle creer a la señora Herrera de que Tomás había pasado la noche en casa de Lucas, por lo que este no tuvo que dar explicación alguna a sus padres.

Mostrándose un poco menos orgulloso de lo que había estado al salir del departamento de David, Tomás se había ofrecido a llevar a Cami a casa, pero esta se había negado completamente. Juro que no conozco persona más cabezota en la tierra que Camila Gerard, ni siquiera yo misma.

Ella insistió en que debería descansar y le pidió encarecidamente que no volviera a meterse en problemas en un radio de diez kilómetros alrededor de ella. Evidentemente no sabía nada de las peleas clandestinas aún; la conocía lo suficiente para saber que Tomás no saldría tan bien parado si ella sospechara que el conflicto de la noche anterior iba más allá que superar el límite de alcohol que debería consumir una persona por fiesta. O por mes, mejor dicho. Todavía no sé cómo se ha librado Tomás de un coma alcohólico o una reseca de las fuertes. Tal vez era cierto lo que presumía de tener el súper poder de beber como un condenado y salir ileso a la mañana siguiente.
Permití que Tomás durmiera un par de horas, hasta que me aburrí de verlo babear la almohada y decidí despertarlo para divertirme un rato.

—Bien, ya has dormido demasiado, ¡hora de la acción dormilón! —grité, tirando de las sábanas que lo cubrían y abriendo las cortinas de par en par.

¡Ah, qué bueno era poder tocar objetos incluso siendo un espíritu-ángel!

—¿Aún sigues aquí? —murmuró mi amigo adormilado, cubriéndose el rostro con la almohada. Había aprovechado que su madre debía trabajar ese sábado para dormir unas horas y recuperarse de la noche anterior.

Lástima que yo estuviera aquí para incordiarlo, ¿no creen?

—Tomás Facundo Herrera —exclamé con tono autoritario—. Despierta ahora mismo o… enviaré a los espíritus del más allá a atormentarte.

—¿Qué clase de ángel amenaza de esa forma a su protegido? —preguntó Tomás, levantándose de la cama finamente. Al parecer, había logrado tener su atención de nuevo.

—Este ángel —respondí, con una sonrisa que pretendía ser inocente—. Además, técnicamente no eres mi protegido. Solo te estoy usando a ti y a los demás como mis conejillos de indias para practicar, pasar la prueba y ganar mis alas.

—¿A los demás? —replicó Tomás—. ¿Quiénes son los demás?

—Cami, Alex y Lucas, por supuesto —contesté.

—Espera un momento —me interrumpió mi amigo—. ¿Ellos también… ellos también pueden verte?

Rodé los ojos. Era evidente que, pasara lo que pasara, Tomás Herrera nunca dejaría de ser un chico de pocas luces.

—No —contesté con una paciencia que no sabía que tenía—. Solo tú. Sino créeme que no estaría aquí molestándote —añadí.

Si me hubieran dado a elegir a mí, hubiera catalogado a Tomás como la peor de las cuatro opciones que podría haberme tocado. Lucas hubiera hecho cualquier cosa por mí, Alex no hubiera dudado en ayudarme si eso suponía una aventura o un reto para ella, e incluso Cami, quien hubiera sido la más escéptica y a la que tal vez más me costaría convencer de que esto estaba pasando realmente, habría sido la mejor de las opciones una vez que aceptara el hecho de que había “regresado” del más allá.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora