—Bien, ¿quién eres tú y qué hiciste con Camila Gerard? —Lucas miró a su amiga con una ceja levantada, esperando una respuesta.
Cuando había recibido el llamado de Cami un par de horas atrás, había estado francamente sorprendido. Llevaban días sin hablarse, puede que incluso semanas. Por eso, la curiosidad lo había vencido, arrastrándolo al departamento que ahora habitaban los Gerard.
Aún no podía conducir por su pierna mala, por lo que se había visto obligado a tomar un taxi para llegar allí. Solo había ido un par de veces antes del accidente, para que Cami le diera unas tutorías de Cálculo, pero no había forma de perderse. El complejo de apartamentos solo quedaba a un kilómetro del hospital general, lo que era prácticamente nada para las dimensiones de la ciudad.
Lucas era el único de los amigos que Camila que había estado al tanto de la situación económica de su familia. Su madre, Victoria Fuentes, era la dueña de la pastelería donde la madre de Camila hacía de cajera y esta había terminado contándole la verdad luego de que él le preguntara, curioso, por la presencia de Ana Gerard. Cami había estallado en lágrimas ese día mientras hablaban, dejando a Lucas impactado, ya que nunca había visto a su amiga tan triste. Él había jurado que no se lo diría a los demás, aunque había insistido que ninguno de los otros la juzgaría a ella o a su familia. Pero Cami se sentía avergonzada y no quería la lástima de nadie más que la suya propia.
Desde entonces, Lucas había sentido una pequeña debilidad por Camila que muchos solían malinterpretar. Aunque sus amigos bromearan que él quería ligar con ella y por eso la trataba de una manera “especial”, nada podía estar más lejos de la realidad. El instinto sobreprotector que había desarrollado con ella era fieramente inspirado por un sentimiento fraternal, ni de cerca algo romántico. Consideraba a Cami una chica muy especial, pero como consideraría especial a su hermana. Y por eso en esos días era la única persona en la tierra que podía obligarlo a olvidarse de su depresión y de sus problemas por un instante, para enfocarse exclusivamente en ayudarla.
Lo que lo llevaba a la actual circunstancia que lo había arrastrado a casa de los Gerard, donde Lucas apoyó su mano izquierda sobre la frente de su amiga, comprobando que no tuviera fiebre.
—¡Por favor, Lucas! —exclamó Camila, apartándose de él, claramente irritada—.Estoy bien, sana, y no, no me volví loca. Ni me abdujeron los alienígenas. Ni tampoco tengo una hermana gemela malvada.
—Bien, supongamos que todo lo que dijiste es cierto, cosa que puede no serlo porque si fueras tu gemela malvada lo negarías y si los aliens te hubieran abducido no lo recordarías —dijo él con tono condescendiente, haciendo a Camila rodar los ojos—. ¿Por qué rayos querrías ir a una pelea clandestina? ¡Y en noche de escuela!
—¡Por Dios! ¡Suenas peor que mi madre! —se quejó la muchacha—. Ya te expliqué el por qué. Necesito, necesitamos el dinero, Luc.
Camila era la única persona que podía decirle Luc. Para los demás podía ser Lucas, Luquitas e incluso Lucho, pero solo Cami Gerard era lo suficientemente obstinada para decirle Luc. Y Lucas sabía que el sobrenombre solo podía significar que Camila realmente quería lo que estaba pidiendo.
—Podrías perder, ¿lo sabes, no? —cuestionó él, intentando hacerla entrar en razón, mirándola con una ceja levantada.
—Lo sé, pero… —Cami se mordió el labio y Lucas no necesitó nada más para saber que algo le estaba ocultando.
—¿Pero…? —instó el muchacho, ahora con genuina curiosidad.
—Tengo que intentarlo —declaró la chica con firmeza. Algo en los ojos de Camila le hizo sospechar que no le había dicho ni de cerca toda la verdad, pero ella no le dio tiempo a insistir—. Voy a ir, contigo o sin ti. Sinceramente, me sentiría más segura si fueras conmigo, pero…
—Está bien —cortó él su discurso—. Iremos —pero antes de que Camila pudiera empezar a agradecerle a su tan espontánea manera, añadió—. Pero tendremos que decirle a Julián.
Camila hizo una mueca al escuchar el nombre, tal y como él lo había previsto.
—No puedo conducir, ¿recuerdas? —prosiguió, señalando su tobillo aún envuelto en yeso y las muletas que lo sostenían en pie.
—¿Pero por qué tiene que ser tu primo idiota? —replicó Cami con tal hastío que casi hizo sonreír a Lucas.
—Porque dudo que Laura quiera llevarnos a un lugar como ese sin explicaciones y una autorización previa firmada por nuestros padres —respondió él, rodando los ojos al recordar a su hermana mayor y su excesivo sentido de responsabilidad—. Además, necesito que alguien me cubra. Nos cubra. Porque supongo que no tienes ni la más mínima idea de cómo vas a justificar tu ausencia esta noche, ¿o sí?
Camila suspiró, derrotada. Si esa era la única opción que tenían, tendría que ser un “tómalo o déjalo” entonces.
—De acuerdo —aceptó la muchacha finalmente—. Pero no me contendré si sobrepasa mis límites —advirtió con la poca paciencia que la caracterizaba cuando se trataba de Julián.
Lucas reprimió una sonrisa de triunfo y marcó el número de su primo. La idea de pasar la noche en un club en la otra punta de la ciudad presenciando peleas ilegales no le agradaba precisamente, pero no podía dejar que Camila fuera sola allí.
Además, tal vez esa fuera la única oportunidad que tendría de descubrir el pedazo de información que estaba seguro que le ocultada.
Definitivamente, una noche movidita lo esperaba.
....
Capítulo doble, para compensar no haber publicado la semana pasada y para festejar haber llegado a los 100 votos. No puedo creerlo, ¡muchísimas gracias!
ESTÁS LEYENDO
Las alas de un ángel
FantasyBianca ha muerto en un trágico accidente, pero no está gozando de las bendiciones del paraíso precisamente. Un muchacho que aparenta su edad y se hace llamar Gabriel, le dice que ha sido elegida para formar parte de los selectos ángeles guardianes...