19.

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—Me despidieron —las palabras de Julieta fueron como un balde de agua fría para Camila.

—¿Cómo que te despidieron? ¿Qué pasó? —preguntó la menor de las Gerard, incapaz de creer lo que estaba escuchando.

—Los Thompson van a volver a Inglaterra, así que evidentemente ya no necesitan una niñera. No es que me pagaran mucho… —pero el dinero era dinero. Julieta no lo dijo, pero Camila lo sabía—. Buscaré un nuevo empleo, pero creo que deberé dejar mis clases en la universidad para ello. Al menos por un tiempo…

Julieta suprimió las lágrimas que amenazaban abandonar sus ojos, recostándose en el hombro de su hermana menor. Cami pasó sus brazos por los hombros de su hermana, permitiéndole llorar todo lo que necesitara.

Durante meses habían mantenido la esperanza de que las cosas pudieran mejorar, pero evidentemente solo habían empezado a ir en picada cada vez más rápido. Su padre no solo había perdido el empleo, sino que también había estado forrado de deudas por entonces. Su casa, en una de las zonas más pudientes de la ciudad, se la había llevado el banco cuatro meses atrás, obligando a los Gerard a rentar un diminuto departamento en la zona céntrica, donde apenas si cabían los cuatro. Y que luchaban por pagar cada mes.

Sus padres discutían cada día más, al punto de que Camila había pasado noches sin saber a dónde había ido a dormir su padre para evitar a su madre. Esta había conseguido un trabajo mal pago en una cafetería, su hermana había trabajado de niñera todas las noches libres que la universidad le dejaba y ella misma había terminado como mesera en una discoteca los fines de semana para traer el pan a casa y pagar el mínimo necesario de cuentas.

La beca de Camila había peligrado un par de veces, pero el director Torres la había ayudado a mantenerla luego de conocer la situación de su familia. Siempre había sido una buena alumna, y al menos eso parecía valorarlo la escuela. ¿Pero de qué le serviría la beca si no tenía ni dinero para llegar a la escuela en autobús?

—No tienes que hacerlo, Juli —susurró Camila en un intento de consolar a su hermana—. Encontraremos otra solución. Lo prometo.

—Yo… empezaré a buscar empleos ahora mismo. Tal vez incluso encuentre algo bueno —su hermana se alejó de ella casi de inmediato, limpiando sus lágrimas y parándose de la cama con decisión. Camila la miró con admiración; si algo caracterizaba a las Gerard, era su empeño, su negación a rendirse fácilmente—. Estudia un poco, Cam. Nos veremos luego —se despidió Julieta con un beso en su mejilla, dejándola sola en el lugar.

Camila se dejó caer en su cama, agarrando el libro de Biología en el proceso. Al día siguiente tendría un examen, y aunque ya había estudiado todo, nunca estaba de más repasar. En esos momentos, menos que nunca, podía darse el lujo de una baja nota.

Abrió el libro en la página en donde se había quedado y una nota cayó sobre su pecho.

—¿Qué…? —su sorpresa se vio interrumpida al reconocer la letra que adornaba el pequeño papel entre sus manos.

“BACK”. Avenida Estación 1534. 11.30 pm.

David se la había dado en la reunión de personal del día anterior y ella lo había metido de cualquier manera dentro de la mochila de la escuela. Un simple papel con la dirección del supuesto local donde se desarrollarían las peleas clandestinas ese mismo jueves por la noche. Peleas que Tomás frecuentaba, según palabras del dueño de Inferno.

Camila se mordió el labio. Hasta el día anterior nadie la hubiera convencido de asistir. Ella se negaba a aceptar que Tomás anduviera involucrado en cosas como esa, e incluso si así fuera, no era su maldito problema. Ya suficientes tenía como para lidiar con los problemas de Tomás también.

Pero lo poco que le había comentado Gonzalo sobre las peleas clandestinas le había dado una idea. Miró el billete de cincuenta que había recibido como propina el último fin de semana, mordiéndose el labio ante el pensamiento que repentinamente se había instalado en su cabeza y se negaba a salir.

Dejó el libro de Biología abandonado sobre su cama y se apresuró a marcar el número de Lucas. Lo había ignorado durante días, como a todos sus demás amigos, demasiado ocupada entre el trabajo y la escuela, pero lo necesitaría esa noche si no quería sucumbir al pánico y echarse para atrás.

La idea era una locura, pero tiempos desesperados requerían medidas desesperadas. Y Camila estaba lo suficientemente desesperada como para intentarlo.

—¿Lucas? —preguntó Cami cuando escuchó que alguien descolgaba del otro lado—. Necesito un favor.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora