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Bianca

—Pregunta capciosa, ¿por qué no puedo ver a otros ángeles? —sip, llevaba un mes en esto de “entrenando para ser un ángel” y nunca había hecho esa pregunta. En mi defensa solo diré que estaba más ocupada viendo a mis amigos autodestruirse que en hacer preguntas.

—¿Sabes que el hecho de decir “pregunta capciosa” significar que no tengo por qué responder? —replicó Gabriel con una pequeña sonrisa en sus labios. Solo para que conste, lo que sí había logrado en ese mes era sacar más a luz ese lado “humano”, como lo llamaba yo, que Gabriel poseía en el fondo de su alma. Porque suponía que los ángeles tenían almas, ¿no? O eran almas, o lo que sea.

—Solo responde —lo apresuré, aprovechando a que Tomás seguía plácidamente dormido en el sofá.

—No puedes verlos porque ellos no se dejan ver. Es más fácil hacer tu trabajo si no tienes a alguien haciendo preguntas como las tuyas todo el tiempo —y hasta ahora se burlaba de mí, lo que era menos divertido.

—¿Estás queriendo decir que mi avasalladora personalidad podría desconcentrarlos? —retruqué, sonriendo con arrogancia. Gabriel negó con la cabeza, clavando sus ojos azules en mi amigo nuevamente.
Gabriel no era la típica combinación rubito ojos cielo, no como Lucas al menos. Lucas era atractivo, sin lugar a dudas, pero no había nadie en la tierra que se pareciera a Gabriel, ni siquiera las pinturas de Miguel Ángel le hacían justicia, aunque se le asemejaba bastante. Pero ni siquiera los más renombrados artistas del renacimiento habrían sido capaces de captar con sus pinceles el color de oro fundido que conformaban los cabellos acaracolados de mi ángel guía ni sus ojos tan azules como el cielo matutino completamente despejado.

Como humana, seguramente me hubiera enamorado enseguida de un espécimen masculino que fuera un cuarto de lo que era Gabriel. Pero como ángel (o casi ángel, mejor dicho), el amor romántico se había esfumado en mi interior, como si nunca lo hubiera experimentado. Seguía amando a mi familia y a mis amigos, pero no había vuelto a suspirar por ningún chico, humano o no, desde que era capaz de flotar en el aire.

Alejando esos pensamientos humanos, me enfoqué nuevamente en Tomás, pensando seriamente en cómo ayudarlo. Sabía que necesitaba dejar las peleas y todo lo que ese mundo conllevaba, pero no tenía idea de cómo podía persuadirlo de ello, empezando por el pequeño detalle que él no podía ni verme ni escucharme.

Tomás empezó a moverse en sueños e inmediatamente me puse en estado de alerta. Había decidido que me dedicaría a seguirlo solo a él por un tiempo, para ver qué más podía descubrir y si era capaz de encontrar una solución factible en el camino.
Tomás abrió los ojos lentamente, enfocando la vista justo donde estaba parada yo.

Entonces, con los ojos desorbitados, gritó.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora