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Camila corrió sorteando las personas que aún bailaban en el club, siguiendo las instrucciones que David le había dado para llegar a la entrada que conectaba con el gimnasio. Alex se abría paso atrás suyo, luchando por alcanzarla en los tacones que llevaba ese día. Habían dejado a Lucas atrás a causa de su yeso, encargándole buscar a Marisa y Julián, por lo que Camila agradeció infinitamente haber encontrado a Alex unos minutos antes de toda esa locura.

“¿Está muerto?” No sabía si la voz femenina se había referido a Tomás, pero eso no hacía la pregunta menos perturbadora. Alexandra, a pesar de no presentar el mejor de los estados, era una reconfortante presencia a su lado que no la había dejado ni un minuto sola mientras se escabullía en contra de la ola de personas que hacía hasta lo imposible para escapar del gimnasio.

Definitivamente algo malo había sucedido allí adentro y Camila no estaba muy segura de estar preparada para descubrirlo.

Aún había demasiada gente en el lugar como para ver algo, pero Cami no tardó en encontrar a Da vid sobre el ring. Estaba agachado sobre alguien, con Gonzalo junto a él. Ambos miraban fijamente a la persona tirada en el suelo, claramente preocupados.

El corazón de Camila se estrujó con fuerza mientras empujaba a las personas que la separaban del bendito ring. Un par de ellas se quejaron, pero Cami había dejado de prestarles atención. Sus ojos tenían un solo objetivo y ese era Tomás.

Se arrojó sobre el cuerpo, haciendo caso omiso a Gonzalo y David frente a ella.

—¡Tommy! —la voz estrangulada de Alexandra sonó a sus espaldas, antes de que la cabellera rubia de su amiga entrara a su campo visual, mientras la muchacha se dejaba caer frente a ella.

—¿Qué…? ¿Qué sucedió? —los ojos de Camila buscaron los de David, mientras sus manos se aferraban a la cabeza de Tomás, para depositarla delicadamente sobre su regazo.

—No lo sabemos —dijo el muchacho con pesar, al tiempo que Alexandra dejaba escapar un sollozo.

—Aún respira, pero su pulso… su pulso es débil —añadió Gonzalo, depositando una mano delicadamente en el hombro de su amiga. Pero Alexandra se sacudió bruscamente del agarre, antes de rugir en dirección a los muchachos:

—¡Tenemos que llamar a una ambulancia! ¡Tomás podría morir mientras ustedes, idiotas, no hacen algo!

—¿Estás loca? Si la policía descubre este lugar, estaremos todos muertos —replicó David, furioso por su trato—. Los responsables de esto son gente peligrosa, niña. ¿Por qué crees que todo el mundo huyó? Solo nosotros nos quedamos con tu amigo.

—¿Y si sabías que eran gente peligrosa, porque comprometiste a Camila en esto también? —retrucó Alexandra, con una furia equiparable a la que David había usado para dirigirse a ella.

Cami se tragó sus palabras. Alexandra tenía razón. David debería haber dado aviso a la policía, no buscarla a ella para que salvara a Tomás. Ella no había podido hacer nada para evitarlo.

Lucas, Julián y Marisa aparecieron en ese exacto momento, evaluando la situación con los ojos desorbitados. Marisa ahogó un grito al ver a Tomás arrojado en el suelo, aparentemente sin respirar, con el rostro ensangrentado y los ojos cerrados. Incluso Julián había retrocedido un poco ante la escena.

Lucas, en cambio, supo mantener la calma y decir las mismas palabras que Camila ya había pensado.

—Sin ambulancias, entonces. David, ¿aunque sea pueden ayudarnos a llevarlo al auto? El hospital general está a diez minutos de aquí —David y Gonzalo asintieron, antes de tomar lo más delicadamente que les era posible el cuerpo inconsciente de Tomás. Alexandra largó otro sollozo que intentó ahogar en su puño en vano, antes de que Marisa se acercara a abrazarla.

Incluso los ojos de Lucas se empañaron de lágrimas.

—Espero que no lleguemos demasiado tarde —murmuró para sí, pero el silencio era tal entre ellos, que todos lo escucharon.

Julián ayudó a Lucas y todos ellos corrieron al destartalado auto, donde Tomás ya estaba recostado en el asiento trasero.

—Alex, Mari, ¿creen que puedan tomar un taxi? —empezó Lucas, algo reacio a dejarlas solas.

—Los veremos allí —interrumpió Marisa, agarrando a Alexandra del codo con firmeza, tan seria como Camila nunca la había visto.
Cami, Lucas y Julián se subieron al auto de este último, antes de que arrancara a toda velocidad. Mientras Cami acariciaba los oscuros cabellos de Tomás, sin importar que sus dedos se empaparan de sangre, finalmente se permitió derramar unas lágrimas.
Ella también rogaba a quien fuera que estuviera dispuesto a escucharla que no fuera demasiado tarde.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora