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Tomás abrió la puerta del garaje tan silenciosamente como si de un ladrón profesional se tratara. Ni siquiera contempló la idea de encender las luces, no fuera cosa que alguna vecina chismosa alertara a sus padres de su huida.

Se había asegurado de esconder el bolso bajo el asiento trasero de su auto esa tarde mientras aún estaba solo en casa, sabiendo que a su madre nunca se le ocurriría revisar allí. Al abrir la puerta y tandear en la oscuridad el asiento, supo que había obrado bien; todo lo que necesitaba para esa noche se encontraba allí guardado, tal y como lo había dejado.

Por muy tentado que estuviera, no iba arriesgarse a intentar sacar el auto del garaje, mucho menos al recordar la dirección a donde debía dirigirse. Pensó en la motocicleta de su hermano, ideal para noches como esa, pero este lo mataría si algo llegaba a pasarle a su "bebé". Al parecer, esa noche iba a tener que conformarse con tomar un taxi. Al menos todavía tenía algo de dinero guardado de la última vez.

Cambió el pantalón y la camiseta que solía usar para dormir por un equipo deportivo y sus tenis viejos. Se aseguró de tener su móvil, las llaves y el dinero en el bolso, antes de ocultar su cabello negro tras una gorra de invierno demasiado gastada para su gusto. Solo entonces salió rumbo a su destino.

—¿Hacia dónde? —preguntó el taxista en cuanto se sentó en la parte trasera de su auto, tres cuadras al norte de donde el resto de su familia dormía y de donde no tendría que haber salido nunca.

—Rusty, en la calle 3 —contestó Tomás sin vacilar. Se había asegurado de aprender bien la dirección antes de deshacerse del papel en el baño de hombres de su escuela, donde nadie de su familia lo encontrara por accidente.

Media hora más tarde, el taxi se alejaba de la calle 3, donde Tomás pretendía pasar el resto de la noche.



No era de las mejores zonas de la ciudad y eso saltaba a la vista de cualquiera que pasara por allí. Aunque Tomás dudaba que alguien fuera tan tonto para pasear por el lugar a esa hora de la noche. A excepción de él, claro.

Los edificios que lo rodeaban no superaban los cinco o seis pisos y, si no fuera por las luces que titilaban en algunos de los departamentos, Tomás hubiera jurado que todos ellos habían sido abandonado hacía mucho tiempo.

Los ladridos de unos perros a lo lejos fueron su señal para ponerse en marcha. Según Barry, debía caminar desde Rusty por la calle 3 hasta el segundo callejón que encontrara a su izquierda. Así que eso se dispuso a hacer.

A pesar de la oscuridad casi absoluta que lo rodeaba, Tomás no pudo dejar de notar los grafitis que adornaban las fachadas de los edificios. Siempre le había llamado la atención el arte y consideraba esos dibujos hechos a aerosol sin duda alguna una forma de expresión. Concentrarse en las paredes le permitía obviar la inquietante soledad en la que se sentía sumergido. Sin los ladridos de fondo, sus pies pisando unos vidrios rotos parecían ser el único indicio de vida en uno de los peores barrios de la ciudad, cosa que no le daba muy buena espina.

Pero sabía en lo que se metía cuando aceptó la primera propuesta de Barry, ya seis meses atrás. Tomás había estado en busca de una escapatoria y Barry le había dado dos.

Escuchó los gritos incluso antes de llegar al callejón indicado. Al parecer, la discreción no era estrictamente necesaria en ese lugar.

Unas cuantas personas ocupaban el callejón en parejas, grupos o incluso en solitario, buscando aquellas zonas donde el cartel de "21 Nights" o los escasos faroles de la calle 3 llegaban a alumbrar. Tomás sorteó una pareja demasiado acaramelada y un grupo de amigos tan borrachos que ni lo notaron antes de ser capaz de llegar a la aparente entrada del bar.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora