3.
—¿Tú también eres un ángel? —sí, esa fue exactamente la primera pregunta que vino a mi mente. Y no, al parecer las enormes alas que había visto en su espalda segundos atrás no habían sido suficiente prueba.
Sabio de Gabriel ignorar mis preguntas estúpidas.
—Ser un ángel guardián es la responsabilidad más grande que puedas imaginar —Gabriel se sentó frente a mí con una expresión seria en el rostro que me dio lo hizo aparentar como si hubiera vivido miles de años, lo que posiblemente fuera cierto.
Sus alas habían desaparecido nuevamente, pero todo el resto de su cuerpo se encontraba en tensión. Las manos cruzadas sobre el escritorio, la boca ligeramente fruncida, la espalda erguida; pequeños indicios de lo serias que eran sus palabras.
—Y, también, es el mayor placer. Pero una tarea tan grande como esta no es fácil de llevar a cabo —volvió a enfatizar.
"No lo dudo" murmuré para mí misma, pero sin atreverme a interrumpirlo. Algo en el ambiente me impedía bromear. No sabía qué era, más allá de la vaga sensación de que esto lo cambiaría todo.
¿Han tenido alguna vez un presentimiento? ¿Una vocecita en el fondo de su cabeza que parecía adelantarse a los hechos? ¿Un algo, sin nombre, que te hace mantenerte alerta a tu alrededor? Pues eso era lo que sentía en esos momentos: que fuera lo que fuera que conllevara ser un ángel guardián, la decisión que había tomado era más importante de lo que me atrevía a imaginar.
—Una tarea de esta magnitud conlleva un período de prueba, Bianca —me sorprendió que me llamara por mi nombre, cuando no lo había hecho en ningún momento en las pocas horas que llevábamos de conocernos—. Cuidar de una persona —prosiguió, ajeno a mis cavilaciones-, de una vida, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana...
—Veinticuatro siete.
—¿Qué? —exclamó Gabriel, realmente desconcertado por mi interrupción.
—Veinticuatro siete. Puedes decir veinticuatro siete, ya sabes, para abreviar —aclaré como si fuera obvio, encogiéndome de hombros y luchando con la sonrisa divertida que afloraba en mi rostro al ver su asombro. Más que asombro, incredulidad.
No pude evitar pensar que se veía mucho mejor, si es que eso era siquiera posible, cuando expresaba sentimientos casi humanos en su angelical rostro, como el asombro o la exasperación con la que me miraba en ese momento, que cuando mantenía una pasividad antinatural.
—Esto no va a funcionar —murmuró Gabriel para sí, recostándose con cansancio sobre su asiento.
—¡Ey! —exclamé ofendida—. Por supuesto que lo hará. Así que continúa. "Cuidar de una vida veinticuatro siete..." —me callé, esperando a que prosiguiera.
Fueron los quince segundos más largos de mi vida hasta que, con un suspiro cansado de por medio, el chico siguió su explicación.
—Debes ganarte tus alas, así de sencillo. No eres un ángel si no tienes alas y no tienes alas si no las mereces.
—¿Ganármelas? —pregunté con incredulidad. Bien podrían haber empezado con "vas a tener que tomar un examen si quieres ser un ángel". ¿Debo aclarar que odio los exámenes?—. ¿Y cómo se supone que haga eso?
—Tendrás prácticas, en la Tierra —respondió Gabriel—. Un ángel supervisará tu desempeño en la serie de tareas que se te darán y si los arcángeles te consideran apta para el trabajo, te convertirás oficialmente en un ángel.
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Las alas de un ángel
FantasyBianca ha muerto en un trágico accidente, pero no está gozando de las bendiciones del paraíso precisamente. Un muchacho que aparenta su edad y se hace llamar Gabriel, le dice que ha sido elegida para formar parte de los selectos ángeles guardianes...