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Bianca



—Ah, veo que ya estas despierto —dijo David con una sonrisa afable, mientras le extendía una botella de agua a Tomás, que mi amigo tomó con algo de desconfianza—. Llamaré a Camila para que traiga tu auto aquí.
—¿Camila? —el nombre pareció llamar la atención de Tomás, quien rápidamente se enderezó en su asiento antes de volver a preguntar—. ¿Camila Gerard?
—La misma —confirmó el otro muchacho—. Soy David Gonzales, amigo de la hermana mayor de Cami, Julieta. Y dueño de Inferno, el bar donde causaste unos cuantos problemas anoche.
David no parecía molesto por los “cuantos problemas” que el idiota de Tomás había dado anoche. Es más, parecía divertirle, cosa que enfureció a Tomás, lo intuía por la mueca despectiva en su rostro. David no tenía más que cuatro años más que él, pero se daba aires de experto, cosa que sabía que molestaba a Tommy más que nada en el mundo.
Pero él parecía ser consciente que ese tal David le había salvado de una buena anoche, por lo que moderó su temperamento y hasta murmuró un “lo siento”. Al menos sabía comportarse cuando quería.
—Llamaré a Cami. Estaba muy preocupada por ti anoche —volvió a repetir, haciendo el amago de salir de la habitación—. Y bebe toda el agua. Necesitas mantenerte hidratado luego de todos esos tragos que consumiste anoche —agregó con aire bromista, antes de marcharse definitivamente.
Aunque había chantajeado a Camila para conseguir una cita con ella, este David me caía bien. Como ángel era capaz de sentir las emociones de los demás como si fueran propias y David solo me daba buenas vibras. Además, parecía preocupado por ver a Camila trabajando en Inferno y siempre le daba las cargas menos pesadas, ofreciéndose incluso a acercarla a su casa cada vez que terminaba su jornada. Evidentemente le gustaba mi amiga y siempre que tuviera buenas intenciones con ella, no tenía por qué oponerme a que salieran juntos. Tal vez eso fuera lo que Cami necesitaba: alguien atento y divertido que la ayudara a relajarse y olvidarse de sus problemas de vez en cuando.
Volviendo a Tomás, me abstuve de aparecer nuevamente frente a él, con miedo de que alguien nos descubriera hablando. Sabía que él necesitaría tiempo para asimilar todo, luchar con la ira de su madre al verlo llegar a esas horas a casa y con el sermón que Camila le daría en mi lugar por los eventos de la noche anterior. Tomás estaba preocupado por lo que dirían sus padres, pero no sabía que Camila Gerard, con su aspecto de niña dulce y tímida, era la persona de mayor temer en todo el mundo cuando se enojaba.
Y yo sabía que una vez que comprobara que Tomás estaba bien y la preocupación se le pasara, estaría muy pero muy enojada.
.
Camila llegó al departamento de David aproximadamente veinte minutos después y, tal y como había predicho, no se veía muy feliz.
Tomás demostró tener un poquito más de cerebro del que pensaba al no atreverse a replicar las órdenes que Camila le dio. Se lavó el rostro, se cambió una muda de ropa que ella le había llevado y se despidió de David agradeciéndole en un murmullo, antes de caminar con la cabeza gacha hasta su auto.
Cami volvió a desvivirse en agradecimientos con David, quien le recordó con una sonrisa de galante que le debía un café. Sorprendiéndome, Camila rio y confirmó que podrían tomar ese café algún día de la próxima semana, pidiéndole que le escribiera para confirmar el lugar. Cami nunca había reído tontamente frente a otro chico antes, no que yo supiera. Era la clase de chica que huía de las interacciones sociales con chicos guapos y pasaba sus días con la nariz enterrada en los libros, no coqueteando.
Pero toda su alegría juvenil desapareció en cuanto vio a Tomás acostado despreocupadamente en la puerta de su auto.
—Yo conduzco —le espetó mi amiga, negándose a darle la llave a Tomás.
—Es mi auto —replicó él con la misma brusquedad.
—Pero yo te salvé el trasero anoche, así que…
—¡Yo no te lo pedí! —gritó Tomás, perdiendo los estribos definitivamente—. ¡Nadie te pidió que te entrometieras, Gerard!
Me encogí ligeramente al ver la cara que puso Camila ante su contestación. Se avecinaba una pelea, y de las grandes.
Pero Cami tomó un largo suspiro, obligando a relajarse, antes de responderle con toda la serenidad que pudo reunir en esos segundos:
—Lo sé, Tommy. Y siento haberme metido donde no me llamaban. Pero ya estoy aquí. Solo… solo déjame llevarte a casa para que finalmente pueda dormir un poco —Camila no miró a Tomás en ningún momento mientras decía estas palabras. Su voz no había llegado a quebrarse, pero sus ojos estaban bañados de la preocupación que sentía por nuestro amigo, aunque por alguna razón no quería que él supiera lo que estaba sintiendo.
Pero Camila era lista y seguramente sabía que Tomás se pondría a la defensiva si creía que ella lo estaba ayudando por lástima. Así que para terminar el trabajo de Cami de evitar una pelea monumental, me aparecí a sus espaldas, asegurándome que Tomás me viera negar con la cabeza, rogando para que él entendiera mi gesto.
Al parecer fui lo suficientemente clara, ya que él solo bufó, finalmente cediendo ante el pedido de Cami.
—De acuerdo, tú conduces —dijo sentándose en el asiento del copiloto—. Solo trata de no estrellarte en algún poste o algo.
—Idiota —murmuró Cami, arrancando el Audi negro de Tomás en dirección a su casa.

Las alas de un ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora