Tres

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—¿Quién? —digo en tono somnoliento pero gruñón, la persona que está al otro lado de la línea ya consiguió que esté de mal humor. Un bostezo largo y cargado de sueño sale de mi garganta. Odio que me despierten en las mañanas. ¿A qué ser tan malvado y descorazonado se le puede ocurrir interrumpir mi sueño un sábado en la mañana?

—¡Levántate, Theresa! El sol ya salió, las aves cantan, el cielo está azul y yo te obligaré a bajar si no estás afuera en diez minutos —dice Kieran.

¿Por qué no consigue a alguien más que molestar?

—¡No grites! —Me froto los ojos—. Y basta de amenazas. Lo único que vas a conseguir es que te estrangule.

Ignora mi orden por completo y me aturde con sus gritos

—Tú aceptaste el trato, ahora, ¡quiero que vengas a...! —le corto.

Tapo mi cabeza con la almohada y suelto un quejido. Luego de mi drama matutino, me levanto y me visto con jeans y un sweater. Me hago un trenza de lado, me pongo un poco de rimel y tomo mi bolso. Afuera, el auto de Kieran está estacionado en la entrada, entro en el auto y lo observo con desprecio en mis ojos.

—¿No podías esperar a una hora coherente para despertarme?

Arranca el auto.

—¿Te parece temprano las diez de la mañana? — usa ese tono que aspira a ser superior y que yo odio con toda mi alma. Odio a Kavinsky con toda mi alma—. Tienes que venir porque averigüé que Lindy va a estar en el centro comercial hoy.

—¿Cómo sabes eso? —pregunto.

—Tengo mis contactos.

—¿Los mismos contactos que te dieron mi número? Porque no recuerdo habértelo dado. —Apoyo mi brazo en la ventana y observo hacia afuera.

—Los mismos —asegura—. Solo tienes que decirme cómo actuar para acercarme a ella y te podrás ir.

Estaciona entre una fila de autos. Bajo del coche, me coloco mi bolso, preparo mi mente para el largo día que me espera, me digo a mi misma que sobreviviré y no camino un paso hasta que las quejas de Kavinsky llegan a mis oídos.

—¡Vamos, Tessa! Acelera el paso. —toma mi mano y me arrastra por el primer piso hasta las escaleras mecánicas.

—¡Tú me trajiste! Tendrás que aguantarme el resto de la mañana. Y no sé si lo sepas pero, aunque vayas más rápido llegarás al mismo lugar antes o después.

—Sí, seguro. ¡Apúrate! —Prácticamente corre a través de las tiendas conmigo detrás de él y se detiene frente a un Starbucks.

Nos escondemos tras una columna y espío discretamente. Ella está ahí, Lindy está ahí sentada mirando su celular y charlando con una amiga.

—Bueno, ahí está —señalo—. ¿Qué esperas? ¡Háblale!

—¿Qué le digo? Dijiste que ella quiere un príncipe azul, ¿qué hace un príncipe azul?

—Para empezar, tal vez deberías sacarte esa chaqueta de cuero, es muy de playboy, dámela. —Me la entrega quedándose con solo una camiseta gris que marca sus músculos—. Péinate un poco —paso mi mano por su pelo, él alza una ceja y yo ruedo los ojos—, y nada de ser arrogante o egocéntrico con ella —le digo como una madre que reprende a su hijo por jugar a la pelota dentro de casa.

—Okey, entendí. ¿Y de qué le hablo? —Se alborota el cabello otra vez, parece como si odiara tener cada pelo en su lugar.

—No lo sé, está con su amiga, tendrías que acercarte y unirte a la conversación o deberías esperar a que se vaya —sugiero.

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora