Dieciocho

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Al fin llega la parte más destacada, esa por la que he esperado desde que inicié el libro, claro que es la quinta vez que lo releo —cosa que no viene al caso— pero la emoción del momento nunca se desvanece. Entonces, Peeta pregunta "Me amas. ¿Real o no?" y justo en el momento en que paso a la siguiente línea alguien atraviesa la puerta sin siquiera tocar.

Fulmino al mundano que se ha atrevido a interrumpir mi lectura. Luego se preguntan por qué la raza humana es tan detestable. Tontos muggles.

—¿Quién te abrió? —digo con cara de pocos amigos observándolo por encima de mi libro.

—Hola, Tessa. ¿Cómo estás? Yo también me alegro de verte —ironiza.

Blanqueo los ojos.

—Sí, sí. Hola. —Le resto importancia con un movimiento de mi mano.

—Me abrió tu mamá. Creo que me adora tanto como tu abuela.

Vuelvo a blanquear los ojos.

Me remuevo en la cama buscando el separador de mi libro. No está por ninguna parte. En esta casa nunca se encuentra nada, todo se pierd... Lo encontré, no dije nada... (aquí entre nos lo tenía en la mano, pero nadie tiene porqué enterarse). Dejo el libro en la mesita de luz junto a unos cuantos pañuelos llenos de lágrimas.

—¿Estás resfriada? —Distingo una pizca de preocupación en su pregunta.

—Eh... No.

—Entonces, ¿por qué tienes una pila de pañuelos ahí? —Apunta la pequeña montaña en la mesa de luz.

Paso mis palmas por mi rostro para asegurarme de que no hay rastros de llanto en mis mejillas.

—Eso se debe a que Susan Collins es de las que te hacen llorar. Es una asesina. —Mi mente viaja a momentos atrás, no importa las veces que lo lea, esas muertes, siempre causarán un efecto devastador en mí. Trato de desviar la atención antes de que mi vista comienze a empañarse y pregunto:— ¿A qué se debe tu visita?

Kieran no parece muy interesado por responder, está ocupado hurgando entre mis cosa. Sus dedos se mueven a la velocidad de la luz, tomando cada cachivache que encuentra, y hay muchos cachivaches distribuidos entre mi escritorio y los estantes de mi gran biblioteca. No soy alguien acumuladora, pero tampoco me gusta tirar cosas. Siento que en algún momento las puedo necesitar.

Primero va hacia el escritorio junto a la puerta. Allí tengo mi laptop, unas carpetas y libros de la escuela. Sobre la pared hay un espejo con pegatinas al rededor. Luego, examina el siguiente lado de la habitación, compuesto por una ventana en el centro del muro. A los lados hay cuadros blancos, que resaltan en la pintura verde agua, con fotos de mi familia y amigos. Le dedica un corto período de tiempo a cada una. Gira, para observar con atención la biblioteca que se cierne sobre mi cama. Cubre toda la pared y está repleta casi en su totalidad de libros, salvo por la última fila de estantes que es específicamente de películas. Gira de nuevo para completar su recorrido pero se encuentra con las enormes puertas del armario. Vuelve su atención a a las repisas detrás de mí y se dirige a ellas. Toma un libro, lee su título y lo vuelva a guardar en el que espero sea su lugar. Mi habitación no es la más ordenada, pero mi biblioteca es otra historia. Tengo el espacio de cada libro fríamente calculado y están ordenados desde mis favoritos, en una de las repisas más próximas, a mis menos favoritos, en los estantes más altos. En cuanto veo que Kieran no piensa detenerse hasta haber inspeccionado a fondo voy hacia él y le agarro las manos para que deje de tocar todo. Detesto que la gente toque mis cosas, sobre todo mis libros.

—¿Por qué viniste?

—Pasaba por aquí y... —Se safa de mi agarre y hace un ademán de querer tomar otro objeto pero se lo piensa dos veces cuando cuando le lanzo una mirada de "si tocas mueres"—. ¿Cuántos libros tienes? —Ladea la cabeza hacia las repisas.

Ayudando al PlayboyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora